Prólogo.

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"Cotidie morimur,
cotidie commutamur
el tamen aeternos esse nos credimus."

Proverbio latino.
(Cada día morimos, cada día cambiamos y sin embargo nos creemos eternos.)


Prólogo.

5 de Septiembre de 1730.

Saludó con una leve sonrisa ante las inclinaciones de sus invitados y se dirigió de nuevo a lo alto de las amplias escaleras, rozando con las yemas de los dedos la suave madera de la barandilla.

Cuando llegó al final, se sentó con un suspiro cansado sobre su asiento, observando a su alrededor. La sala de baile estaba pletórica de vida y la población entera parecía haberse levantado de su aletargo al conocer la noticia de su ascenso al Ducado de Brokeville tras la muerte de su padre. Sólo él parecía no compartir esa alegría que había contagiado a toda la comarca.

Se tensó al escuchar un extraño alboroto entre las parejas que bailaban animadamente por todo el salón. Se incorporó velozmente, aún manteniendo su gesto impasible.

No era posible lo que veían sus ojos...

Sí, claro que era posible. Se dirigía hacia él con esa firmeza que la caracterizaba, con la seguridad de su cargo y la confianza que le proporcionada esa belleza casi irreal que poseía. Memorizó como tantas otras veces su rostro, sus rasgos delicados, la elegante curva de sus mejillas, la graciosa forma respingona de su nariz, aquellos ojos extrañamente hermosos que podían parar el mundo y los labios más perfectos que había tenido ocasión de admirar jamás.

Se inclinó cuando ella llegó a su lado, tomando suavemente su delicada mano de tersa piel pálida.

- Es un placer su visita, Duquesa de Greenville, como siempre.

La muchacha sonrió e inclinó el rostro ante él.

- ¿Cuántas veces debo deciros que me llaméis Sophie?- musitó con una mirada cómplice.

Posó un dedo sobre su pecho, justo por encima del vestido, y lo deslizó con lentitud hasta su mentón para alzarlo hacia sus ojos grises.

- Dejaré de llamaros por vuestro título en cuanto aceptéis por fin mi proposición de matrimonio, mi amada Duquesa.

Sophie clavó su profunda mirada en él y se aproximó un par de cortos pasos para alzarse sobre las puntas de sus zapatos y quedar sus labios a apenas unos centímetros.

- Acepto..., Alexander.- suspiró en su oído.

Sábanas rojas, Sangre azul © FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora