Dudas

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Me siento atrapada entre  las cadenas invisibles que aprietan mi inexistente cuerpo. La pesadez de la nada me asfixia; necesito librarme de ella. Necesito ver, volver. O irme de una vez. 

Esto es el abismo. Es peor que la muerte.

No tiene principio ni fin, todo es visible y a la vez invisible; un pozo negro del cual no puedes salir. Eres existente pero a la vez un espejismo dentro de un mayor vacío. Mis pensamientos son lo único tangible, lo único verdadero. Pienso en todo y a la vez en la nada.

Lucas...

Mamá...

Papá...

Juan... ¿Realmente me hablaste tú?

Max...¿Sabíais que quería llamar a mi hijo Max? Es un nombre bonito, no tan usado como José o Pablo. Además en su forma alargada es aún más clásico y pulcro: Maximiliano. Hubiera sido un nombre hermoso, como mi niño; mi  precioso hijo. Con tu pérdida mi vida fue rompiéndose en pedazos poco a poco, los cuales no podía poner juntos de nuevo de ninguna manera. Pude superar todo, menos tu muerte. Fuiste la fuerza que me mantenía en pieza, que me sostenía. Con tu partida el castillo dejó de tener la base suficiente para sostenerse y como una pirámide de cartas, una a una fueron cayendo los pedazos de mi alma.

¿Por qué no puedo irme en paz? Quise la felicidad; no la obtuve. Quise la paz; obtengo otra forma de agonía. ¿No veis que sufro? Estoy atrapada en mi propio cuerpo sin poder hacer nada. Este silencio desgarrador solo evoca recuerdos de los cuales quise escapar, mi mente llama imágenes de mi vida tan gris de la cuál quise desprenderme. Mi mente solo piensa y piensa, recuerda todo cada rato. Las memorias se clavan en mí, recordándome lo miserable que fui y lo que soy ahora. Me maté; ni en eso tuve éxito. Doctores, ¿No veis que no quiero luchar más? Desconectarme, dejadme ir. Si queréis salvarme, dejadme ir. No puedo más; estoy cansada.

Por favor, dejadme ir.

************************


¿Qué hago?

Pasaron otros dos días y su doctor vino a la habitación para avisarle que ya podía irse a casa. Pero eso era lo último que quería hacer. Necesitaba resolver un asunto pendiente que tenía nombre y apellido: Lucas Casbello. Se levantó de la cama listo para irse pero antes se acerca al espejo de su habitación. Su cara tenía aún moretones en varias partes y en su barbilla tenía unos puntos cosidos. Estaba hecho un asco, le llevaría como mínimo otras dos semanas para bajar del todo el purpúreo de su cara. Se tocó la mejilla, punzadas de dolor recorriendo su cuerpo. Aún le dolía, igual que el recuerdo. Ya aclarada su mente, pudo rememorar por completo la escena; él caído en el piso, la furiosa expresión de Lucas como si estuviera loco. Expulsó el aire contenido y se apartó del espejo. Necesitaba aire para pensar. Debía ir a la comisaría a dejar declaración o en otro caso, una denuncia en contra de Lucas, pero estaba confundido, no sabía qué hacer.

Salió de la habitación y decidió pasarse por la habitación de Carmen, agradeciendo que le hayan ingresado en el mismo hospital. Entró lentamente y viendo que la amiga de Lucas tampoco se hallaba allí, se acercó a Carmen. Le tocó el cabello y la mejilla.

–¿Qué hago, Carmen?

Silencio.

– Por una parte, tengo una rabia interior en contra de él por la forma en que me trató. Pero por otra, yo fui el causante de esa rabia. Carmen, ¿Qué hago? Por favor, despierta y dime que no quieres que le denuncie, y no lo haré– dijo Juan en vana esperanza de que con el chantaje ella reaccione. Pero era inútil ya que ella estaba en coma. Se preguntó si en ese estado la persona era consciente de lo que pasaba a su alrededor.

Juan se agachó y apoyó su frente en la de Carmen con los ojos cerrados. Suspiró.

–Fui un canalla contigo, y siendo sincero, con él también. Pero quiero remediarlo. Quiero pagar por mi culpa y librarme de un castigo que llevo sufriendo ya varios años. Si tan solo supieras... Si crees que fuiste la única perjudicada en esta historia, te equivocas. Salimos perdiendo todos, y yo lo estoy pagando muy caro, con el dolor desgarrándome el pecho. Ese día, en el cual nos reencontramos; me llevé tu perdón, y tú mi corazón.

Juan miró el rostro frío e inexpresivo de Carmen. Qué hermosa estaba, esa hermosura que él dañó y de la cual más tarde se enamoró. En este tipo de situaciones terminas creyendo en el Karma, pensó él.

–Carmen. No sé si me escuchas o no, pero ya no puedo aguantar más. Te amo, aún sabiendo que tú jamás me amarás. Y créeme, es un castigo bien merecido por lo que te hice.

Y con esto salió de la habitación rápidamente, sin haber notado cómo el dedo pulgar de Carmen se movió en modo de calambres.

Juan...

******

Lucas estaba sentado en el rincón más apartado de la celda. El ambiente olía a sudor meclada con la suciedad. Llevaba cinco días aquí atrapado, sin posibilidad de fianza alguna. Su suerte dependía unicamente de la reacción de Juan; y reflexionándolo, ya se hizo a la idea de que iba a ir a un juicio. Pero pensándolo, Lucas no sintió ni una pizca de culpa. Si se le presentara la ocasión, lo habría hecho de nuevo. Estaba demasiado lleno de rabia, odio y dolor como para aguantar su presencia, sobre todo al lado de Carmen. ¿Cómo se atrevía presentarse donde ella se hallaba? ¿Cómo osó poner sus sucias manos en su hermoso cabello, en su pulcro rostro? Cada poro de su piel solo al recordarlo desprendían recelo y odio, tal cantidad que quiso romper algo en ese momento. No tenía ningún derecho de tocarla, siquiera respirar el aire que ella respiraba.

Observó el techo de la celda que estaba llena de telaaraña y moho, con la pintura despegada a trozos. Se sentía sucio, necesitaba un baño. Quiso saber cómo estaba Carmen. Sandra estaba en el trabajo y le dijo que visitaría a Carmen tan pronto acabara su jornada. Lucas estaba muy agradecido con ella; Sandra estuvo dos días intentando negociar con la fiscalía, contratando un abogado para que intentara llegar a un acuerdo, pero todo en vano. Finalmente Lucas la convenció de que no se preocupara por él, ya vería cómo se libra de ello, lo importante era Carmen, que cuidara más a ella.

Carmen. Mi Carmen. ¿Cómo estarás ahora? ¿Habrás despertado o seguirás en tu profundo sueño? ¿Me seguirás amando el día que despiertes y me veas a tu lado?

La última pregunta le rondaba por la cabeza todo el tiempo; se sentía ansioso porque no sabía si Carmen seguía amandolo o no. No la iba a abandonar aunque ella ya no le amase, él lo hacía, y eso era suficiente para cuidarla todo el tiempo que haga falta. Hasta que ella decida echarlo de su vida.

Se acercó un policía con aspecto tosco a la celda y con su palo golpeó el hierro, provocando un sonido desagradable.

–¡Chatarra rica! Tienes visita.

Lucas se levantó impaciente, esperando que fuera Sandra con las noticias. Pero al ver quien era, su sonrisa desapareció por completo, sus ojos emanando frialdad y su cuerpo comenzando a tener calambres.

Juan.

Juan observó a Lucas. Él tampoco se veía bien, algo demacrado, sucio y con el semblante caído. Vio la frialdad en él, pero eso no le asustó ni un poco. Respondió a la frialdad de Lucas con una infinita indiferencia. No tenía tiempo para montar otro numerito. 


–Lucas. Tú y yo tenemos que hablar.

Mi última carta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora