—  Mi hija es la diosa de la naturaleza. — anunció finalmente, dejándolos sin aliento. — Y tengo un plan para asegurar nuestra victoria, para protegerla de todo, incluso de ella misma. —

Ellos lo sabían, conocían las cualidades de la hija de Ciaran, quien como su padre mantenía en su cuerpo una cantidad abrumadora de negrura.

— ¿Cómo es esto posible? — cuestionó casi sin aliento el hermano del padre, Aileen.

En ese momento Ciaran sintió crecer en su interior un sentimiento destructivo. Con una rapidez impresionante se movió entre las sombras que creaban las siluetas de los presentes encarando con ferocidad a su amada. La ira y la indignación que lo albergaba, se reflejaba como una densa oscuridad en sus ojos, de los cuales amenaza a con salir un líquido oscuro.

— Dijiste que no harías esto, no estás hablando enserio ¿verdad? — replicó con un tono casi amenazante que hizo helar por dentro a la mayorías de los presentes, más no a su pareja, quien permaneció implacable. — Ayla. — pronunció casi con súplica.

Lo habían hablado, desde la llegada de aquella pequeña criatura, sabían su propósito. En su nacimiento había estado el destino, informándole que su pequeña creación era sumamente importante.

— Es lo mejor que podemos hacer. — sentenció la madre mirándolo directamente.

Algo se rompió dentro del dios, se quebrantó y cayó en pedazos al ver la determinación y verdad en los ojos de su diosa. Por fin perdió el control. Por primera vez en su vida Ciaran atacó a su esposa.

La barrera fue rebasada, el líquido escurrió por su boca y ojos. De sus manos salió una densa bruma que envolvió a todos los presentes imposibilitándoles moverse.

No le importaba nada. Ella no podía pretender algo así con su bebé, esa criaturita era lo más preciado que él poseía. Era suya.

Ayla, en cambio, estaba segura de que lo que creía era lo mejor y no estaba dispuesta a cambiar de opinión. Era por el bien de ella misma, por el bien de la niña, el de todos. Aun así ella también sentía mucho miedo.

En un segundo todo se había vuelto caos. Un espectáculo digno de presenciar a decir verdad. Luz y oscuridad combatiendo. Padres con pensamientos completamente diferentes.

Ese día su relación se quebrantó para siempre.

El cuerpo de la diosa golpeó por tercera vez contra el piso, donde se quejó y miró con miedo a su esposo. Segundos después un enorme témpano de hielo se situó sobre él, dispuesto a caer. Justo antes de que eso sucediera, la oscuridad se materializó en grandes púas que atravesaron el hielo desde varios ángulos, fragmentándolo para que cayera en pequeños pedazos.

— ¡¡Ella es mía!! — rugió el furioso padre, caminando hacia su esposa sosteniendo un par de dagas oscuras y sin ningún atisbo de duda.

La diosa retrocedió a como pudo y apretó la mandíbula. ¿Qué estaba sucediendo?

— ¡¡Igual es mía!! ¡Soy su madre! — le gritó de vuelta, haciendo que la determinación en el dios, flaqueara el segundo suficiente para que una llama lo golpeara alejándolo abruptamente de Ayla, haciendo que cayera. 

— ¡¡YA BASTA!! — ordenó firmemente la diosa de fuego, pero en su mirada mostraba temor y sus manos temblaban. El golpe hizo que Ciaran saliera de su trance y mirara a su al rededor. Los demás lo miraban con miedo, incluido su hermano.

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