2

3.7K 218 11
                                    





El silencio se extendía por el solitario lugar que hacían llamar "recibidor" los pueblerinos, y la noche comenzaba a caer tomada de la mano con las bajas temperaturas.

Los tres jóvenes descansaban sobre los asientos de la sala de espera, rígidos y mudos. No querían dirigirse la palabra más que para lo estrictamente necesario, se encontraban exhaustos después de haber discutido en el transcurso del viaje.

Un día completo había sido suficiente.

Ailana se había tenido que tragar los regaños gracias a la droga que le habían estado administrando en la comida. Ella no lo sabía al principio, pero no se sorprendió. Y tampoco pudo negarse a comer para evitarlo, sabía muy bien que matarse de hambre no funcionaba. El hambre se manifestaba de una forma más atroz.

Gracias a todo eso se encontraba con un humor aún más agrio y áspero de lo habitual, al igual que sus compañeros, – ahora cuidadores – que buscaban la paciencia para no alegar de nuevo. La poca importancia de ella hacia su cuerpo delgado y lacerado, les resultaba desesperante.

La discusión no había sido por enojo, sino por preocupación y tristeza.

— Deja de moverte tanto, puedes abrir alguna sutura.— demandó Circe.

El movimiento por parte de la castaña no paró, lo cual hizo rechinar los dientes a Circe y componer una mueca a Jesper.

— Ailana. — Advirtió.

—Estoy intentando producir calor, los huesos se me hielan.—  gruño la chica.

Todo su cuerpo tiritaba, el algodonoso abrigo no parecía surtir efecto contra el clima del lugar, tan frío que una estela de humo brotaba de su boca al abrirla. Tan frío, pero sus compañeros no estaban de la misma forma, casi como si solo le afectara tanto a ella, como si la atacara, aunque pensar de esa forma era absurdo. Todo era por el estado en el que se encontraba. Drogada y débil.

Aquel lugar donde habían llegado, estaba bastante retirado y se podría decir que oculto en el bosque, no había otra persona en el recibidor, por lo cual dedujo que quizás muy pocas personas salían y entraban de ahí.

Nos han refundido en el final del mundo. Pensó amargamente.

Incluso el dichoso recibidor era un cabaña de tamaño mediano con muebles un tanto antiguos y una chimenea encendida pero al parecer inútil. El lugar no era feo, pero si extraño. Las dos personas que encontraban atendiendo el lugar, una mujer alta y un hombre más bajo pero musculoso. Les habían revisado las maletas, incluso habían intentado examinarla, tocarla con una especie de pétalo, algo que impidió Circe al comunicar su estado de salud. Aunque eso era una pequeña mentira, la verdadera razón por la que impidió que fuera tocada era por su carácter.

Un dedo encima suyo significaba una mano menos.

Después de ese extraño comportamiento, aún los dos individuos los miraban fijamente, serios e incluso parecía que examinaban cada movimiento que hacía.

¿Qué demonios le sucede a esta gente? Se preguntó mentalmente.

Nunca la habían tratado así. Bueno, no tenía más que un par de experiencias de viaje, pero incluso Jasper y Circe se percibían extrañados.

Alma Envenenada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora