Déjà vu

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El propio Alberto era incapaz de comprender su reacción. Había sido desconfiada, infantil y estúpida. Él, precisamente, no tenía motivos para recelar de su novio. Ni siquiera tenía razones para poner en entretelas el comportamiento de Pablo, quien se había mostrado leal a la pareja y a la felicidad de su amigo.

Repentinamente se sentía muy imbécil. Nunca había sido celoso y lo achacó a su propio nerviosismo. Si fuera valiente, hablaría con Anna, podría las cartas sobre la mesa, contaría la verdad de su relación con Íñigo y serían felices y comerían perdices. Pero no. El revolucionario Alberto Garzón llevaba evitando una inminente conversación durante casi dos semanas enteras.

Alberto suspiró y se dirigió hacia ninguna parte, intentando calmar sus nervios y bajar su enfado.

En esas estaba cuando la vio de nuevo. Y esta vez ella también lo vio a él. Se le trabó un poco la lengua cuando se le acercaba.

-¿Q-qué tal, amor? -dijo, intentando comenzar una conversación antes de que se lanzase a sus brazos. Pero ya los llevaba abiertos para recibir a su novio y sin permitir que seguir hablando, la malagueña le cortó las palabras con los labios.

Garzón le devolvió el beso, incómodo y comprometido pero colocó ambas manos en su cintura para disimular y tener mayor facilidad para apartarla de sí cuando pasase un tiempo prudencial

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Garzón le devolvió el beso, incómodo y comprometido pero colocó ambas manos en su cintura para disimular y tener mayor facilidad para apartarla de sí cuando pasase un tiempo prudencial. Estampó sus labios contra los del líder de Izquierda Unida una, dos, tres y hasta cuatro veces más. Entonces fue cuando recordó la escena entre los podemitas y cuando Anna iba a separarse por su propio pie, Alberto le regaló un beso suave y decidido.

No era venganza, se intentó convencer a sí mismo.

-Vamos a dormir-dijo Anna.

-Venga, vamos -Alberto no dudó un segundo, dispuesto a irse al piso que compartía con su novia y su hermano y acabar con la noche y los problemas de una vez. Y se percató de la cámara que los observaba-. Ay, que nos han grabao.

Mala noticia era esa ya que iba a terminar con ella en menos de una hora. Pero peor noticia fue la siguiente.

Caminaba hablando con Anna cuando un cuerpo esbelto y delgado chocó con fuerza contra su brazo. No se percató de quién era hasta que, al darse la vuelta para decirle algo al despitado, lo vio. Íñigo se alejaba de su lado dando largos pasos con sus esbeltas piernas. El enfado era apreciable incluso en la distancia. Sus hombros estaban hundidos y no tensos, lo que delató para Alberto otro tipo de sentimientos negativos: decepción, engaño, dolor.

-An-Anna, vuelvo ahora, ¿vale? Ve al coche.

Alberto ya se iba cuando la malagueña lo retuvo por la muñeca.

-¿A dónde vas?

-A saber qué le pasa a Íñigo -respondió y se escabulló entre la gente apresuradamente. A saberlo. Ja. Como si no supiese exactamente lo que le pasaba. Al verlo correr lejos de él, se le había olvidado por completo que hasta hacía unos pocos segundos estaba enfadado con él. Alberto comenzó a correr, buscando a su amado entre la marabunta de gente que iba y venía. Volvió al interior de la carpa y vio a Pablo dándolo todo en la pista con Mónica e Irene. Ambas se reían de él por lo penoso de sus movimientos pero no por ello dejaban de acercarse a su líder y bailar pegaditas a este (y entre ellas, todo sea dicho). Ese hombre era un fucker en potencia. Podemos en sí era como una orgía secreta gigante.

Garzíñigo on the roadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora