Confusiones

277 25 69
                                    

Cuando acabaron el mitin, bajaron del escenario y se dirigieron a la carpa donde habían montado una pequeña fiesta para celebrar el fin de campaña. Alberto e Íñigo caminaban juntos sin decir nada. Ambos eran conscientes de lo que significaba llegar a esa carpa. Era el fin de su pequeño remanso de paz y la hora de enfrentarse a la realidad.

Íñigo no quería hacer la pregunta porque supondría generar tensiones innecesarias pero necesitaba saber la respuesta.

-Alberto -murmuró el mayor. Este le respondió con una sonrisa en el rostro-. ¿E-estás preparado?

La sonrisa del malagueño se ensanchó.

-Sí. Lo que sea por esto.

Hablar en clave era un verdadero aburrimiento pero era lo más prudente. Aunque lo que le pedía el cuerpo a Íñigo era besarlo, se contentó con un par de golpecitos en la espalda. Quería darle un beso que le infundiera seguridad, confianza y la certeza de que estaba con él, que su relación iba a ser maravillosa, que lo quería.

-Voy al aseo -dijo Íñigo con una sonrisa embelesada. Sentía desde hacía rato que le iba a explotar la vejiga.

-Claro, ahora nos vemos, amor -dijo el malagueño sonriendo. La última palabra la formaron sus labios sin emitir sonido.

Alberto vio entonces a sus padres y se sintió ligeramente apenado de que Íñigo se hubiera ido. Le habría gustado presentárselos aunque fuera solo como un compañero de campaña. En cambio les presentó a Pablo, a Mónica, a Xulio y a media campaña. Pero no a Íñigo. Alberto conoció a la madre de Pablo mientras seguía preguntándose dónde se habría metido su novio.

____

Cuando salía del baño, Íñigo se encontró a la persona que menos le habría apetecido ver en ese momento. Menos que al demonio en bicicleta, menos que a algún asesino en serie, menos incluso que a Albert Rivera. Ahí estaba Anna lavándose las manos, haciendo exactamente lo que iba a hacer él. Abrió el grifo maldiciendo su mala suerte. Si algo podía salirle mal, a Íñigo le salía mal. Esa era su máxima en la vida.

-Hola, Íñigo -saludó la malagueña.

La veloz mente del chico evaluó si él debía conocer o no a Anna aunque nunca hubieran hablado cara a cara. Finalmente, decidió que tampoco se pararía a pensarlo. Además, era la novia de su compañero de campaña, no veía porqué debía no conocerla. Sonrió todo lo sinceramente que pudo y la falsedad en la curva de sus labios le recordó al líder de Ciudadanos.

-¿Qué tal, Anna? ¿Has visto ya a Alberto?

-Aún no. Lo he estado buscando cuando habéis bajado pero no lo he visto.

"Mejor" pensó conteniéndose para no rodar los ojos. Pero, en cambio, asintió sin saber muy bien qué decir, así que buscó la excusa más tonta y soltó lo primero que se le pasó por la cabeza para salir del paso. Inexplicablemente, se estaba empezando a agobiar ante la presencia de la novia de su novio.

-Yo... Tengo que ir a buscar a Pablo. Luego nos vemos.

Y salió del baño. "¿Luego nos vemos?" se reprochó mentalmente. No quería verla. Sabía que ella no tenía culpa de nada pero no podía evitar sentirse incómodo y ligeramente celoso cuando la veía. Le recorrió un escalofrío y, como bien había dicho a Anna, el cuerpo le pedía que buscase a Pablo y no a Garzón. Necesitaba unos minutos con su líder y amigo. Le había prometido vía Telegram (algo así como a la mitad de la campaña) que el último día se iba a tomar una cerveza con él. Así que iba a cumplir su promesa.

Pablo charlaba con Mónica e Irene cuando llegó el madrileño. Íñigo se juntó a sus compañeros para cerrar el círculo y cogió un botellín de los muchos que había en la mesa junto al grupo. Echó un largo trago y se sintió automáticamente mejor. La fría cerveza le dio un cálido abrazo en el estómago que aún tenía un poco revuelto tras el encuentro con Anna.

-¿Qué tal, chicos? -Preguntó el recién llegado.

Las chicas comentaron algo que él no pudo llegar a oír porque Pablo gritó:

-¡Huy, me encanta esta canción! Vamos a bailar.

Y, con esas palabras, cogió del brazo a Íñigo y se lo llevó al centro de la carpa. Habían bajado las luces un poco, dándole un aspecto más de fiesta.

-Pero si no sabes -se quejó Íñigo entre risas cuando le soltó la muñeca para llevar ambas manos a la cintura del más joven. Errejón ya sabía por dónde iba y, aunque una parte de él se moría de vergüenza, hacía mucho tiempo que no bailaba con Pablo como lo habían hecho al salir a las discotecas de jóvenes. Se rió y echó los brazos al cuello de su amigo. Movían exagerada y sarcásticamente las caderas al ritmo de la música, sin separar los pies del suelo mientras se reían de lo absurdo de la situación. El líder de Podemos se acercó al oído de su segundo al mando para susurrar:

-¿Cuándo pensabas contármelo, enano?

Íñigo frunció el ceño sin comprender pero algo en el tono de voz de Pablo hizo que le diese un vuelco el estómago.

-¿El qué? -dijo en cambio.

-¡Joder, tío! -rió en su oreja y agradeció que la música estuviera lo suficientemente alta y Pablo susurrase lo suficientemente bajito-. Que estás saliendo con Alberto Garzón; eso no se oculta, se pregona.

A Íñigo casi se le cayó la cerveza de la mano. Las rodillas le temblaron violentamente pero se aseguró de no dejar de moverse guiado por la música para que la situación no se viese desde fuera más extraña de lo que ya era. Se le secó la boca y balbuceó algo que no tenía sentido ni siquiera a sus oídos. Le dio un trago a la cerveza, consciente de que no había vuelta atrás.

-¿C-cómo lo sabes?

-Venga ya, Íñigo. Que son muchos años de amistad.

El aludido se mordió el labio inferior pero no dijo nada.

-Estoy orgulloso de ti, enano -dijo el mayor-. De verdad que sí, te mereces ser feliz y, creo que Alberto puede ayudarte con eso.

Para eso, Íñigo sí que tenía respuesta. Esbozó una sonrisa enorme y Pablo se puso de puntillas para darle un beso en la frente. El menor se rió.

-¿Qué ha sido eso? -Preguntó irónicamente.

-La bendición de tu amado líder, renacuajo.

____

Alberto se movía en busca de su amado por toda la carpa con un par de botellines en la mano, dispuesto a invitarlo a una cerveza para brindar por lo que estaba por venir. Mentalmente, daba gracias por no haber visto aún a Anna... O, mejor dicho, de que Anna no le hubiera visto. Cada vez que detectaba esa silueta que tan bien conocía, él desaparecía.

"Maldito cobarde". Se espetaba a sí mismo. Pero no quería que lo viera y se le tirase a los brazos. No se sentía cómodo con sus abrazos y, menos aún, con los besos. Ya se había llevado uno que no había podido esquivar aquella tarde. Pero esa noche, se acababa todo.

Y entonces vio a Íñigo. Estaba bailando muy cerca de Pablo, demasiado tal vez; de hecho, el malagueño casi podía asegurar que la distancia entre ellos era inexistente. Y parecía inverso en las palabras que su líder le susurraba, él respondía de vez en cuando pero quien hablaba en mayor medida era Pablo. Al principio reían como un par de idiotas pero luego se dio cuenta de algo: estaba casi seguro de que Íñigo temblaba, igual que temblaba cuando él mismo lo besaba las primeras veces. No pudo evitar recordar la conversación que había mantenido con Pablo en Jerez y un latigazo de celos recorrió al malagueño.

Respiró hondo y formó puños con las manos, apretándolos hasta que se clavó las uñas en las palmas. Tenía que estarse confundiendo. Quería y necesitaba estar confundido, que no fuera para nada lo que parecía pero, entonces, Pablo depositó un beso en la frente del menor y decidió que, confundiéndose o no, no le apetecía seguir soportando aquel espectáculo. Dejó sobre la mesa con un golpe la cerveza que iba destinada a Íñigo y se dio media vuelta para marcharse. Estaba claro que donde brasas hubo, cenizas quedan.

____

Corto pero intenso.

Garzíñigo on the roadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora