CAPÍTULO 14 -INCOMODIDAD.

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EDITADO



      Mi padre se aseguró de que llegara si o si al consultorio del terapeuta. Él mismo me levantó y se encargó de acompañarme. Ahora estoy sentada, en la sala de espera y los deseos que tenía ayer de disculparme se han ido esfumando de a poco. Está a mi lado, leyendo alguna revista, y yo le echo una mirada de reojo, decidiéndome en sí hablarle o no.

      —No me gusta estar acá —susurro, y Juan se gira, de inmediato para verme.

      —¿Tú crees que a mí sí? Yo sufro viéndote en el estado que estás... —balbucea, y en su voz puedo percibir una tristeza profunda. Esa tristeza que, solo, los padres pueden sentir hacia sus hijos.

      No entiendo a qué se refiere con mi estado. Tal vez he estado demasiado distraída para notarlo, o simplemente él es lo suficiente exagerado y dramático para darse cuenta.

      —No comes, no duermes y cuando duermes, te levantas gritando —dice, mientras me rodea con su brazo. —Sé que no quieres hablar de Henry, pero es obvio que te sigue afectando, Teresa.

      Resoplo, desviando mi mirada hacía un cubo de basura amarillo, el cual se encuentra al lado del consultorio 6; mi consultorio. Una lágrima se sale de mi ojo izquierdo. Solo pretendo concentrarme en vivir mi vida lo más normal posible, pero la vida se empeña en hacerme muy difícil disfrutarla.

      —Meyer, Teresa —se oye por el altavoz, y yo, secándome las lágrimas, me levanto de mi silla.

      —¿Estará acá cuando salga? —Musito, mirando a mi padre.

      Él me sonría y asiente.

      —Siempre, cariño —responde, tomando mi mano y besando mis nudillos.

      Camino, dando pasos cortos. Es curioso como a muchas personas que ya son adultas, la adolescencia les parece una época estúpida. A mí me gustaría pensar así de esta etapa, pero a esta edad todo representa un gran problema, no sabes quién eres, ni como portarte. Tantas cosas por descubrir que te abruman, los primeros dolores comienza a acechar y el resto del mundo solo juzga, sin tener en cuenta que todos pasaron por la misma situación.

      Un hombre rubio y de piel acaramelada, me recibe, sentado una silla. Las paredes del consultorio están muy bien pintadas, con un agradable color azul pálido. Me sorprende que parezca más una sala de estar, que un consultorio.

      —Hola, Teresa —saluda, con voz melodiosa.

      Me quedo parada durante unos segundos, en los que siento que el estómago se me encoje.

      — ¿Te sientes bien? —Pregunta, arrugando un poco el gesto.

      Niego, y me tiro sobre el sofá, en frente de él. Cierro los ojos, mientras noto como la piel se me pone fría y el sudor la comienza a cubrir.

      — ¿Podría... darme un poco de agua? —Susurro, con voz débil

      —Claro —responde él, y oigo sus pasos. Luego su tacto frío me hace pestañear. —Ten.

      —Gracias.

      Bebo un sorbo, y respiro profundamente.

      —Me llamo Fernando Meyer —se presenta y en mi cara se dibuja una sonrisa pequeña.

Lucas. |S.D #2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora