CAPÍTULO 10: DEMENTE.

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      —Teresa... —musita Amy, acercándose cuando estamos en el descanso intermedio de las clases.

      Levanto mi cara, y la observo. Algo dentro de mí se revuelve: se ve fatal. Está pálida y con grandes ojeras. Luce como una hermosa rosa, que se ha marchitado. Retiro mi mirada y ella se sienta a mi lado, permaneciendo en silencio durante algunos segundos. Carraspeo, dándole a entender que es mejor que hable rápido. Ella parece entenderlo, porque empieza a hablar:

      —Me han mandado al psiquiatra.

      Arrugo mis cejas levemente, aun sin mirarla.

      —Me han diagnosticado ya y no volveré por un tiempo —susurra, con tono triste.

      Yo trago saliva, sintiendo como unas ganas de llorar me inundan. ¿Amy se irá? ¿Diagnosticado? ¿Qué significa eso?

      —No me he creído nada de la mierda que han dicho que tengo... No estoy demente, lo que me pasa es muy real, aun así mis padres me obligaron a permanecer en un centro para locos, así que no estaré —murmura. —Solo quería que lo supieras...

      Resoplo, mirando hacia otro lado, ignorando el impulso de abrazarla y decirle que todo estará bien, pero la escena que he visto hoy en el pasillo sembró en mí un extraño sentimiento de alejamiento.

      Delante de nosotras, pasa Lucas y me mira de reojo por un instante, el cual es más que suficiente para hacerme sentir culpable y, a la vez, recordarme esta sensación que tengo dentro de mí.

      Definitivamente es mejor estar sola. No sé cómo pude creer que Amy podría ser diferente del resto de chicas populares de este colegio. Que se vaya al demonio ella y el albino. No voy a dejar que arruinen más mi vida.

     Mi compañera al notar que no respondo, se levanta y me deja sola, alejándose por los pasillos. Yo, en cambio, permanezco con la vista perdida entre la masa de estudiantes, sintiéndome apática por todo. ¿Por qué no puedo tener una vida normal? De repente todo lo que he tenido reprimido durante los últimos años, florece. Busco en mi maleta, y tomo la pera que traje para comer. La miro durante unos segundos, y decido no comerla.

      Definitivamente hoy no tengo apetito por nada.





      El día pasa lento y gris. Quiero irme a casa y permanecer en mi cuarto mucho tiempo, hasta que todos mis problemas desaparezcan y yo pueda vivir libre de nuevo, libre de todo esto que me pasa, libre del proceso de tener que madurar y equivocarme. Es un pensamiento egoísta y tonto, pero alguna vez, todos los hemos deseado, nadie puede negar que así fue. Me tiro en mi cama después de un largo día, dispuesta a dormir un rato. Ese momento no llega, y me paso el resto de la tarde con los ojos abiertos, mirando el techo de mi cuarto. Y aunque mi padre me prepara el almuerzo, no logro probar bocado.






      El resto de la semana me siento como dentro de una burbuja, mientras veo como la vida pasa ante mí sin tocarme. Me han dicho que a Amy le han diagnosticado esquizofrenia y que todas esas marcas son auto infligidas. Y ante la acusación que ella hizo sobre la violación, se hallaron muestras de semen, pero no pudieron identificar de quien era. Tal vez tuvo sexo con alguien y en medio de la confusión que le producía su enfermedad se hizo a la idea de que eso no había pasado, y en cambio, había sido un ser "sobrenatural" en vez de algún chico que conoció en alguna fiesta.

      Ha llamado unas cuantas veces, pero no he querido atender el teléfono. Por momentos me entran unas ganas tremendas de ir a visitarla, pero algo me lo impide, es como si no la conociera.

     En cuanto al colegio, simplemente voy a hacer lo que tengo que hacer: estudiar. Lucas intentó acercarse algunas veces, pero lo ignoré todo lo que pude. No niego que cada vez es más difícil, no he parado de pensar en su rostro cuando le dije lo que le dije. Me atrevo a decir que me estoy obsesionando, al punto que ya no puedo dormir bien pensando en eso, y pensando en que hubiera ocurrido si hubiera ido a la fiesta.

      Todo esto está sacando lo peor de mí y soy incapaz de detenerlo.

      —Hija —me habla mi padre con gravedad. Yo solo levanto la mirada, para que no crea que lo estoy ignorando. —Ya pasaron tres días y solo te veo peor.

      —No entiendo que quieres decir —respondo, tomando un sorbo de jugo, ignorando el resto de la comida.

      —Me refiero a que creo que es mejor que vuelvas a las terapias, una vez por semana.

      Muerdo mis labios y todo mi cuerpo se tensa por completo. Comienzo a negar con la cabeza.

      —Definitivamente, no —concluyo y dispuesta a irme, me doy la vuelta para caminar hacia mi cuarto.

      —No es una pregunta, es una orden. El sábado tienes cita con el terapeuta a las cuatro de la tarde —espeta.

      —Vete al diablo —respondo, girándome y dando algunos pasos de espalda.

      Luego, me giro otra vez y me encierro en mi cuarto. ¡No quiero volver al terapeuta! ¿Qué le voy a decir? ¿Qué me gusta un chico muy extraño, pero que a la vez le tengo miedo? ¿Qué la amistad con mi mejor amiga acabó gracias a que casi los vi besarse? Oh, esperen, también que siempre lo ignoré y lo traté mal. ¡Se va a reír de mí y a pensar que soy una adolescente idiota y llena de hormonas!

      Ni hablar de las pesadillas, que ya no tienen como protagonista a un horroroso y sádico Henry, si no alucinaciones en las que siento que una bestia infernal me arrastrará al infierno, junto con ella.

      —¡Sal de ahí, ahora mismo! —Grita mi padre, tocando la puerta.

      Ni pensarlo, no saldré.

      —¡Es una orden! —Grita de nuevo.

      Tomo mis audífonos y me los pongo, con música a todo volumen. Me meto entre las cobijas, sin la esperanza de conciliar el sueño, pero sí de que mi padre me deje sola. Necesito pensar en cómo salir de esto y de la necesidad que crece dentro de mí.



***

Lucas. |S.D #2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora