CAPÍTULO 6: OASIS.

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EDITADO




      —Puedes hacerte donde quieras —le indico a Amy, cuando estamos por fin en mi casa.

      Ya es de noche y aún falta para que mi papá vuelva del trabajo.

      Nos pasamos buen rato jugando algún videojuego en el portátil que casi nunca uso. Mi padre me lo regaló cuando cumplí quince, y ahora que ya tengo diecisiete solo lo he tocado para hacer tareas, de resto, uso mi celular. Mientras Amy permanece distraída, voy a la cocina y nos hago algo de comer. El estómago me cruje. Tomo una sartén, quiebro unos huevos, una olla para calentar leche y las pongo al fuego. Mientras espero, me siento sobre la isla que separa la cocina de la sala. Un ruido a mi derecha me distrae.

      —¿Teresa? —Susurra alguien. Luego veo a Amy asomarse tímidamente. Sonrío. —No quiero estar sola.

      —¡Pues, ven! —Exclamo y me bajo, para quedar de pie.

      Ella se acerca y se tira en el sofá, poniendo el portátil sobre sus piernas.

      —La leche se va a botar —dice Amy, señalando a mi espaldas.

      —¡Mierda! —Maldigo, acercándome rápidamente a la burbujeante olla.

      ¡Cómo me molesta tener que limpiar pegotes, de cosas que caen en la estufa!

      Amy solo suelta una carcajada, y yo, resoplando, pongo todo en platos y vasos, para limpiar lo más rápido posible la leche derramada. Cuando termino, al fin, me siento en el suelo, sobre la alfombra que está en el centro de la sala, y empezamos a comer.

      —Y... ¿Qué ha pasado con Lucas? —Sisea Amy, algo tímida. Levanto mi mirada y la miro, con mis cejas arqueadas.

      Me encojo de hombros y pienso en que decir.

      —Podemos hablar de eso, no hay problema... —Explica.

      —Es que la... —Balbuceo, pero ella me interrumpe.

      —Lo sé. Perdóname por haberte gritado, solo intento hacer que todo sea lo más normal posible, y supongo que hablar de chicos calientes lo es, para gente de nuestra edad.

      —Supongo —respondo en voz baja.

      Segundos después empezamos a reír. Amy ríe y eso me hace reír a mí. Hablaremos de lo que la haga sentirse mejor, no quiero que vuelva a tener alguno de sus ataques de pánico. Pero aun cuando estamos riéndonos, no puedo dejar de tener esta tristeza, esta angustia acerca de todo lo que le ha pasado. Amy siempre fue una chica alegre, bueno, del tiempo que la conozco, tampoco es que llevemos siendo amigas de toda la vida, pero si por lo menos desde que entré a segundo año.

      —Pero, no te librarás, dime todo. ¡Quiero saber quién está moviéndote el suelo! —Exclama, dejando de lado los platos, y haciéndose sobre la alfombra, frente a mí. Ruedo mis ojos.

      Cuando estoy a punto de hablar y el ruido de la puerta anuncia la llegada de mi padre. Dejas sus cosas cerca de la puerta y nos mira.

      —¡Hola, Sr. Meyer! —Saluda animosamente Amy. Juan sonríe y yo me encojo de hombros. —No quería quedarme solo en casa, ¿sabe? Y Teresa me dijo que podía venir acá unos días.

      —Claro, claro, no hay problema —responde él, yendo hacía la nevera y sacando un poco de agua fría. —¿Te encuentras bien?

      —Ya estoy mejor, solo que nadie nunca está en mi casa y su hija es mi única compañía. Espero no le moleste —replica ella.

      Mi papá estalla en una ligera carcajada. Le dice que no hay problema, que lo único que nos pide es que no hagamos mucho ruido para él poder descansar bien. Luego se retira a su cuarto, no sin antes darnos las buenas noches.

      —Tu padre es un sol, Resa —suspira Amy con un poco de tristeza. Tomo su mano.

      —Tu eres mi hermana —respondo, para darle un poco de ánimos.

      Sus ojos brillan de alegría, y siento que mi cariño por Amy aumenta y aumenta, es como la hermana que nunca tuve. El resto de la noche vemos algunas películas en el portátil y nos comemos unos dulces que mi padre tenía guardados: al fin y al cabo, nunca se los come. Hace mucho no tenía una noche así, en la que me sintiera completamente tranquila.



***

Lucas. |S.D #2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora