Los Castigos de los Calabozos.

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6

Fue su segundo día en la escuela, Alaska estaba muy nerviosa pues iban a faltar al ultimo descanso para ir a la casa de madera a la que nadie nunca, por más que tantos lo intentaran, habían logrado entrar y ella deseaba que ellas tampoco pudieran.

Les mintió a sus padres sobre que iba a comprar dulces en Erand y cruzar a Bradene para ir al castillo de su amiga y estaba en la última clase a la que iba a asistir, manejo de reinos.

Regina la golpeó en el hombro. —¿Quieres ser mi pareja?— le preguntó, ella asintió con la cabeza imaginando que era para un trabajo. Las dos se pusieron frente a frente.

—Muy bien, los de la izquierda serán gente con problemas y los de la derecha reyes, ¿cómo responderán?— la maestra dio un aplauso para que empezaran el ejercicio. Muchos murmullos se escucharon por todo el salón.

«No hay luz en mi calle.», «Hay un criminal suelto por ahí.», «Mi jardín se inundó por las fuertes lluvias.», «No se preocupe señora, lo arreglaremos.», «¿En qué calle vive?» y más frases se escuchaban por ahí y por allá.

Alaska no sé podía concentrar, por más que Regina se inventaba mil problemas la chica no respondía a ninguno. Regina siguió su vista para encontrarse con un guapo príncipe que le sonreía.

—Es guapo, ¿traen algo?— pregunta Regina mirándolos a los dos. Ambos se sonreían y compartían miradas, él le hacía señas y ella asentía con la cabeza, Alaska volteó a ver a Regina y sonrió, asintiendo con la cabeza.

—Fue mi único amigo ayer antes que tú y la verdad me gusta.— admite Alaska sonrojándose. Regina pone los ojos en blanco riéndose y siguen trabajando.

—Muy bien, vámonos.— dice Regina tomando sus cosas y esperando a Alaska para salir e irse.

El príncipe, que para Regina aún no tenía nombre, se acercó a las dos y le sonrió a Alaska.

—Mis papás están organizando una cena informal en mi castillo el viernes para festejar la primera semana, ¿les gustaría venir?— dijo el príncipe sonriendoles, Alaska sonrió y asintió con la cabeza sonrojándose.

—Claro, ahí estaremos.— contestó Regina y jaló a su amiga del brazo, sacándola de ahí. Fueron a guardar sus cosas a sus baúles y salieron del castillo, no tenían que esconderse pues Regina le había dicho a sus padres que iban a salir temprano.

Caminaron unos minutos, Alaska parecía casi igual de nerviosa que el primer día, no hablaba. —Emm...este...pensé que sería un detalle traer dulces...mi hermano...este...no hace dulces como el tuyo, pero...compré unos jugos.— saco unas cajitas de su bolsa y le dio una a Regina.

—¿De qué es?— pregunta Regina, leyendo el empaque. —¿Pineberry? ¿Qué es eso?—

—Alma blanca, Bayas de piña.— contestó Alaska, como si fuera muy obvio, dando un sorbo a su jugo y saboreandolo de manera demasiado sonora, Regina la miró confundida. —Es como una fresa pero blanca, un poco más pequeña. Aunque no sabe ni un poco a una fresa, más bien como a piña acida.—

A Regina no se le apetecía mucho un jugo en ese momento así que lo guardó en su bolsa, cuando llegaron a la casa.

Era una casa demasiado misteriosa, las atraía a ambas hacía ahí y no sabían porque a la demas gente no le llamaba la atención tanto como a ellas.

La casa fue construida un año antes de que se fundara el reino, ahí habían vivido los primeros reyes (los bisabuelos de Alaska) antes de ser reyes y ya muy pocos conocían esa historia porque, por alguna razón ya nadie la contaba o ya a nadie le importaba. Regina y Alaska no conocían la historia y no podía ser la razón por la que les atraía tanto.

Los secretos de la realeza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora