La casa de madera.

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Después del recreo tuvieron modales, aprendieron que cubiertos eran los adecuados para cada ocasión, después fueron a artes y por último a diseño para los que no quieren empleado que les diseñe ropa.

Alaska invitó a Amy y a Regina a su reino, pero Amy no tuvo permiso de sus padres, Regina si tuvo el permiso y también para cruzar la frontera más tiempo.

Las dos se despidieron de Amy y decidieron volver caminando al castillo, pues el castillo de Erand no estaba tan lejos de la frontera como el de Bradene.

—¡Vas a conocer a mi hermano y a mi hermana!— dijo Alaska emocionada, mientras ambas caminaban por las repletas calles de Erand pues muchos niños iban de regreso a sus casa. —Son mayores. Tengo algo de hambre, hay que apresurarnos.—

—¿Quieres gomitas?— preguntó Regina recordando las gomitas en su bolsa, saco una bolsa transparente y se la tendió a Alaska que iba en frente. —Las hizo mi hermano, es menor.—

Alaska se metió una a la boca, sintiendo el dulce sabor en su boca. —mmm mmm.— dijo apretando los labios y cerrando los ojos. —¿Toronja?— Regina asintió con la cabeza —Está deliciosa.— le dio toda la bolsa, pues a Regina no se le apetecía algo dulce en ese momento.

—Mi favorita es la de calabaza.— dijo Regina señalando una gomita naranja oscuro. —La de grosella también es...— se detuvo, dejo de caminar y de hablar y miro atónita lo que tenia enfrente. Alaska siguió la mirada para ver que había causado tal sorpresa.

Era una casa de unos dos o tres pisos, estaba hecha de madera a pesar de que hace unos años habían prohibido las casas de madera en los cuatro reinos por los incendios que ocasionaban. La madera estaba pintada de blanco, tenia unas cuantas tablas de madera mal colocadas y unas que otras despintadas, parecía muy vieja pues ya el jardín delantero estaba lleno de hierba que cubría las flores de no más de diez centímetros.

—Ah, eso.— dijo Alaska señalando la casa. —Es una casa muy vieja, a pesar de la ley nadie se atreve a derrumbarla, tal vez porque aún vieja es muy bonita o tal vez porque está embrujada. Yo creo la primera historia, la segunda sólo es una leyenda que cuentan a los niños para asustar.—

—Es bonita.— dijo Regina mientras retomaba su caminata, ya se alcanzaba a ver la torre más alta del castillo. —Sentí algo al pasar ahí, ¿tú no?— Alaska negó con la cabeza mintiendo, mientras se metía una gomita de higo a la boca y hacía una mueca.

Cruzaron la ultima calle hasta estar justo en frente del castillo, Regina también lo miro, tenia un color turquesa un poco opaco, cinco torres de diferentes tamaños un jardín enorme con muchas flores de diferentes colores y formas, un estanque a un lado con cisnes refrescándose en él.

Subieron ocho escalones de color hueso y Alaska puso la contraseña para abrir el cerrojo, empujó las pesadas puertas de madera, las dos entraron y colgaron sus bolsas en algo parecido a un perchero. Caminaron el largo pasillo y pasaron por unas enormes escaleras con baranda dorada que tenia flores doradas, subía en forma de espiral y se perdía, siguieron caminando hacía unas puertas corredizas de cristal, doblaron a la izquierda y se encontraron con un chico de pelo castaño de ojos verdes, que iba en segundo grado y una chica que Regina ya había visto en la escuela como tutora, era rubia y tenía los ojos verdes parecidos a los de Alaska. A sus lados estaban los ya conocidos reyes de Erand.

—Mamá, papá ella es mi amiga Regina. Regina, ya los conoces y ellos son mis hermanos Matilda y Ethan.— las cuatro personas en la mesa saludaron sonrientes y las dos se sentaron.

—¿Cómo les fue?— preguntó la reina, todos voltearon a ver a las dos, Alaska miró a Regina para que ella contestara.

—Pues muy bien, molestaron a una niña por ser sangre roja, a nosotras por ser sangre "morada" y parece que no existen los príncipes ni las princesas amables. Pero fuera de eso todo perfecto.—todos la miraron sorprendidos por su gran honestidad. —¡Perdón! Sé que el sarcasmo no es adecuado para una princesa pero estoy acostumbrada a que mi familia me deje usarlo mientras no sea grosera y lo olvidé.— se disculpo hablando rápido muy angustiada.

—Tranquila, está bien.— contesto el rey comiendo un bocado de pudín de cereza. —Quien se atrevió a insultarlas?—

—Todos.— contestó de nuevo Regina. —No pasa nada, después de lo que les dije no se acercan.— dice Regina comiendo una cereza.

Comieron caldo de caracoles al estilo francés, estofado de verduras y pudín de cereza. Era un tipo de comida que en la familia de Regina sólo comían en la comida de los viernes o en una cena elegante.

Se fueron a la habitación de Alaska.

Platicaron, comieron chocolates rellenos de crema de avellana y caramelo, se pintaron las uñas y vieron el anuario de Ethan del año anterior y la pasaron diciendo que príncipe estaba guapo y cual no.

—Mañana vamos a entrar a esa casa.— dijo Regina de repente, Alaska abrió los ojos como platos. —Tenemos descanso de ultima hora, no pasa nada si nos lo saltamos, para esa hora todavía tendremos permiso de cruzar la frontera, después tú pides permiso para ir a mi castillo y listo.—

—¿Qué? No. No voy a hacer eso, es romper reglas y no está bien.— contesto Alaska.

—Podemos avisarle a tus papás, así no rompemos tantas, les decimos que saldremos de la escuela temprano para comprar dulces de este lado y cruzar a mi casa.— Alaska, no muy convencida asintió con la cabeza.

—Va a ser casi imposible, no es fácil entrar a la casa. Nunca nadie ha podido entrar.— añadió Alaska antes de que su hermano entrara para avisar que habían llegado por Regina, ella se despidió de todos, planeo bien todo con Alaska y se fue de regreso a su reino.

Los secretos de la realeza.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora