Aquella noche. El Zyprexa. Golpeó. Duramente. Mi cerebro. Me levanté. Por la mañana. Llena de temblores. Con los músculos dilatadddddos y la lengua agarrotada. Mi memoria... estaba en ja-a-a-que, asustada en un rincón y observando el exterior por la minnnúúscula ventana de mi corteza cerebral.

Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh. Ufff...

Me sentía cautiva, incómoda, detenida, sangrienta, arrastrada, vigilada e incapaz de ser yo misma, suplicando porque aquel te-terrible juicio terminase cuanto anteeees. Ah. Ba-ba-basta. Basta. Basta. Respiraba hondo, para tomar un poco de aire antes de volver a sumergirme en la... incomprensión..., como un delf-ín agarrado por la cola. Ah. Tuve ganas de echarme a llorar. Me pregunté si esto era el inffffffierno al que se veían sometidas todas las personas con defeccctos mentales que se medicaban.

Ah... Ufff.

Me costó milenios llegar al sofá, respirando en-tre-cor-ta-da-men-te y frustrándome cuando mi cerebro se entre-tenía en dEsssVaRÍoS y onnnnduuulacioooones por la habitación. Apreté las manos en los reposabrazos. Que pase ya. Por favor. Que pase ya. Ya. Ya. Ya. YA. YA. YA. Cerré los ojos con fuer.

...

Ahí seguían. Las formas estrelladAS, agresivAS, impertinentES. Era imposible escapar de ellas. No importara que cerrara o abriera los ojos, porque el cerebro no necesita usar los ojos para ver.

Me sentía realmente mal.

Estaba segura de que iba a quedarme en ese estado para siempre (parasiempreparasiempreparasiempre...) aunque supiera que iba a acabar pronto porque el efecto ya estaba empezando a disolverse.

Poco a poco empecé a ser consciente de mí-mí-mí misma. De mi sofá. De mi cortina. De mi pelusa debajo de la mesa. Parpadeé con miedo de sentirme aliviada, pero lo cierto es que al cabo de dos horas seguía agarrada al sofá como si fuera una montaña rusa, aunque me encontrase perfectamente recuperada. Luego tardé media hora más en volver a pronunciar con normalidad.

Al principio estaba un poco asustada, pero pronto se me pasó y me puse a hacer la comida y a airear un poco el dormitorio. Simplemente me había sentado mal el Zyprexa. Nada más. Dejé la televisión encendida en el salón.

...que esta mañana ha aparecido muerta en el piso de su casa. Tenía treinta y seis años y vivía sola, por lo que descartamos un episodio de violencia de género. Sin embargo, las pruebas indican que se trata de un asesinato, aunque la policía recalca que todavía no tiene ningún sospechoso. La víctima, Winona Zakatsipoulos, era de nacionalidad griega y llevaba diez años viviendo en la ciudad de Áspid.

Alcé la cabeza y dejé de sacudir las sábanas, sobresaltada. Corrí hacia el salón.

Luego hacia la cocina. Había olvidado apagar el horno. Una vez puesta a salvo la comida, me acerqué a la televisión con la ceja levantada. Las noticias decían que alguien había matado a la pobre Winona. Vaya. Se avecinaban problemas. Qué pereza. Escuché.

—...quizá algunos todavía puedan recordarla por su cargo en la secretaría del Jefe del Gobierno, hace doce años. Al parecer la víctima no tenía ningún familiar al que notificar la pérdida y poseía una grave enfermedad mental relacionada con la locomoción de sus extremidades. El Primer Ministro no ha querido hacer ninguna declaración.

Chasqueé la lengua. No sabía que Winona había trabajado como secretaria del gobierno en el pasado. Debía de haber manejado mucho dinero; eso explicaba por qué jamás había abandonado su acaudalado modo de vida. De todas maneras, sabía que no iba a ser capaz de salir de este charco sin que me salpicara el barro. Casi esperaba la llamada. No. La esperaba. Diiiiiing diiiing diiiiing diiiiiiiiiiiingg. Ahí estaba. Levanté el teléfono. ¿Sí?

Paranoidd ©Where stories live. Discover now