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[...]

Caminé por el bordillo de la acera y los coches conducían en dirección contraria. Tardé unos segundos más en descubrir otro vehículo que encendió y apagó las luces largas en cuanto pasé por su lado.

¡Qué mierdas pasaba con el mundo! ¡Distopía desbordante!

Consideré la posibilidad de que me lo estuviera inventando y alcancé el auto convencimiento cómodamente.

—Ah, ¡ahí estás otra vez!

Creo que te gustaría saber algo antes de seguir andando, Aless —jugueteó Oveja Rosa—. Hoy vas a tener un accidente.

Salí corriendo para llegar a la seguridad del portal cuanto antes y, al cruzar el asfalto, un coche entró rápidamente por el lateral y me embistió con el capó.

—Tengo su expediente aquí. Tiene usted trastorno de Personalidad Paranoide. Escuche, Alessandra. No hay nada que quiera ponerla en peligro, así que probablemente usted se puso nerviosa y provocó el accidente por cruzar la calle sin cuidado.

Lo sabía. Los médicos estaban al tanto de la existencia de Oveja Rosa como todos los ciudadanos de Áspid, pero se estaban excusando en mi enfermedad para evitar las repercusiones. Eso significaba que realmente no tenía ninguna enfermedad.

—Escuche. En las paranoias el enfermo amaña los hechos exteriores para que encajen con su historia, pero tiene que confiar en nosotros. Esa tal Oveja no existe en el mundo real.

—Están todos compinchados con ella para fingir que soy una chiflada más, eso es lo que ustedes hacéis. ¡He trascendido! ¡OP siempre ha existido y siempre existirá! ¡Soy un ente superior al que no dejáis alcanzar la verdad! Pero no os culpo, doctor Papa, os enseñan a ser barreras desde pequeños mientras que solo unos pocos tenemos el don de encontrar salida. ¡Pues dejadnos salir! ¡Abusadores! ¡Carceleros! Que pretendéis medicarnos con la excusa de evitar que nos hagamos daño, pero no entendéis que la verdad siempre causa dolor.

El doctor tragó saliva e indicó a la enfermera que pusiera el sedante a funcionar.

Cuando abrí los ojos me encontré con otro par mirándome fijamente.

—¡Cuánto tiempo, Aless! ¡Sabía que al final vendrías a verme! —dijo alegremente el de los ojos de perro.

—Oye, ¿recuerdas qué trabajo tenías antes de ponerte... enfermo?

—Fui uno de los vicepresidentes del Consejo del Estado Helénico —explicó tranquilamente—. Ah, qué tiempos aquellos.

—El objeto esencial que OP te robó fue la cuerda de ahorcarte —sentencié—. Te quitó tu derecho a decidir sobre tu vida y por eso, desarrollaste el síndrome de Münchhausen, que te obliga a venir al hospital continuamente. Porque sientes que sigues enfermo y que tu vida continuamente pende de un hilo. Consiguió encerrarte en este hospital voluntariamente para tenerte controlado.

Supe que no podía ayudarme a pesar de ser la víctima más avanzada; la que más merecía la causa. Abracé fuertemente al hombrecillo y cerré la puerta a mis espaldas.

Me escabullí rápidamente por el pasillo contiguo arrastrando la pata de palo. En el exterior había cinco personas esperándome ansiosamente. Se trataba de cinco individuos disfrazados con una máscara de lobo y una camiseta de diferente color cada uno: rosa, rojo, amarillo, azul y verde.

Paranoidd ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora