DEREK

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DEREK

Está blanca como el papel. Es posible que me haya extralimitado un poquito, pero me ha hecho enfadar. ¿Cómo se atreve a pensar que es mejor que yo? Es una humana. Es débil, es vulnerable y se guía por sentimentalismos. Pero Amy además no tiene ética cuando se ve en un aprieto y eso me hace gracia. Toda su postura de Santa se va a la mierda cuando le enseño un colmillo. Aun así hace todos los esfuerzos por intentar corregirlo. Como cuando paso lo de su hermano, después de ofrecérmelo se dio cuenta de la barbaridad que acababa de hacer y se puso delante de él para protegerle. Pero ya había puesto al descubierto su verdadero yo. Desde entonces la chantajeé para que fuera lo que ella llama amiga. Yo en realidad la considero más como mi mascota, me divierte.


—Toma —digo poniendo frente a su cara una cucaracha que he encontrado husmeando en el pienso de los animales.

—Está viva —dice con cara de asco mientras observa cómo el bicho trata de librarse de mis dedos.

—Claro.

—No me voy a comer una cucaracha viva. Tú no te vas a comer la rata viva.

—Sí que me voy a comer la rata viva, yo no necesito cocinar los alimentos como los humanos —digo con superioridad.

—Pues yo no voy a comerme una cucaracha viva.

—Hemos hecho un trato —digo mirándola con cara de pocos amigos.

—Vale... Pero tú primero.

—No, esto ha sido idea tuya —digo volviéndole a poner la cucaracha delante de su rostro. Me mira suplicándome. Pobre humana, debería saber ya que eso no tiene ningún efecto en mí. Aumento mi sonrisa y le vuelvo a mostrar la cucaracha. Al darse cuenta que no va a conseguir que cambie de opinión suspira y extiende la mano para coger al insecto. En cuanto lo poso el insecto sale disparado por su brazo y Amy empieza a gritar como una loca. No puedo evitar que me salga una carcajada al ver el espectáculo que está montando. Pronto la sonrisa me desaparece y todas mis alarmas se encienden. En un segundo estoy junto a Amy cogiéndola de la cintura mientras le tapo la boca para llevarla al armario.

Unos minutos después podemos ver desde el cristal del armario cómo la puerta del laboratorio se abre y la luz de una linterna recorre la sala. Es el guardia de seguridad. La respiración de Amy está acelerada y siento el martillear de su corazón contra mi pecho. Mi nariz se encuentra a pocos centímetros de su cuello. Huele bien, demasiado bien. Mi estómago replica. Se que Amy lo ha notado porque su corazón se ha acelerado más aún y se ha quedado inmóvil como un conejo asustado. En cuanto el guarda vuelve a salir suelto a Amy. Se aleja de mí todo lo que puede en el pequeño espacio del armario. Su expresión es de miedo y no me extraña, se que ahora mismo tengo un aspecto feroz. Tengo mucho hambre. Sin pensarlo paso la lengua por mis colmillos mientras miro la puerta por la que ha salido el guarda. Este estúpido juego de Amy tiene que acabar. En cuanto pongo la mano en el pomo, Amy me sujeta.

—No lo hagas —murmura asustada.

—¿Él o tú? —pregunto dejando clara mi amenaza sin apartar los ojos de ella.

—Él —dice de forma rápida apartando la mano. En el momento se me dibuja una gran sonrisa. Cuando se da cuenta la culpabilidad se refleja en sus ojos—. Digo... no, yo.

—¿Tú? ¿Estás segura? —digo recorriendo la corta distancia que nos separa.

—No.

—¡Decídete Amy! —digo enfadado—. ¿Él o tú?

—Vale, vale —dice agobiada—. Cómele a él.

No puedo evitar acercarme hasta su oído y susurrarle:

—Eres igual que yo.

Sin demorarme más salgo del armario camino a la puerta del laboratorio.

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