—Al contrario, capitán — indiqué con amabilidad —. Me complace su compañía.

—Yo..., Disculpe usted, majestad.

Me hicieron otra reverencia y se adentraron en la multitud, quizás esperando que no fuese testigo de la discusión que estaban manteniendo a raíz de la imprudente observación de Mariam.

En ese momento, me resigné a que la noche sería larga y que no podría escapar tan fácilmente como cuando solo era una princesa. Opté por recorrer la sala, entablar conversaciones triviales, sonreír por cortesía y expresar gratitud sin necesariamente entender por qué. Era evidente que esta costumbre marcaba una nueva etapa en la vida selecta de mis súbditos. Quizás consideraron que era un atrevimiento de mi parte pasear por allí sin solicitar permiso para unirme a sus charlas. En realidad, ese era un talento que solo mi madre dominaba. Ella tenía palabras para todas las ocasiones, poseía una educación exquisita y su compañía era muy apreciada en las reuniones y fiestas de las damas. Catalina de Anersen, de lo más sencillo a lo más elaborado, era una verdadera experta en la materia.

Envidié un poco no poseer el carisma de mi madre y haber heredado en su lugar el genio solitario de mi padre. Las habilidades para la amabilidad no eran precisamente mi punto fuerte, y alguien que lo sabía perfectamente era el primer ministro, Lord Dave Rowland. Un hombre de porte definido, alto y elegante, con una galantería casi perfecta. Casi.

—Intentar una escapada a través del balcón no es una idea sensata, su majestad.

Había intentado tomar un respiro, seducida por la paz que ofrecía ese balcón, y no pude evitar observar el cielo y el bosque que se extendía más allá de las murallas del castillo. Dave Rowland fue el único que notó mi ausencia durante unos breves minutos, tal vez porque desde su asiento seguía atentamente mis movimientos, esperando que ejerciera mi papel de anfitriona de forma agradable.

—No podría escapar de este lugar, aunque lo deseara.

—Permítame preguntarle algo, majestad. ¿Al cumplir veinticuatro años, no le hace pensar que algo falta?

La pregunta resonó con una voz seductora y vibrante, infundiendo un aire de misterio y un toque de inquietud en el ambiente. Dave me ofreció una rosa y esperó pacientemente a que la aceptara, con una sonrisa arrogante y triunfante. Todo su juego estaba meticulosamente calculado y ensayado, diseñado para seducir a cualquier dama. Sin embargo, yo no era una dama cualquiera, y siempre podía resistir los encantos de un hombre.

—Extraño mucho a mis padres —respondí con un suspiro, dejando escapar una mirada melancólica que él notó inmediatamente.

—La presencia de los padres es un apoyo que todo ser humano necesita, por supuesto. Sin embargo, y sin intención de ser entrometido, mi pregunta apuntaba más bien a otro asunto.

—¿A qué asunto se refiere? —pregunté con curiosidad, entrecerrando los ojos ligeramente.

—Me refiero a la posibilidad de unir su vida con la de un hombre —dijo Rowland, observándome con atención.

—¿Se refiere a unir mi vida con la de un príncipe, verdad? —inquirí con cierto escepticismo, notando un destello de humor en sus ojos.

Rowland soltó una carcajada ante mi respuesta. Yo no veía nada gracioso en la situación y me quedé en silencio, esperando a que su risa se calmara, mientras notaba el parpadeo de las velas que iluminaban el balcón y sentía la brisa nocturna golpear mi rostro.

—¿Desea casarse con un príncipe? —me preguntó Rowland, con una expresión intrigante en su rostro, mientras sostenía la rosa en su mano extendida hacia mí.

Piratas (En Reedición)🚩حيث تعيش القصص. اكتشف الآن