4-. Cumpleaños 24

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Las puertas del salón se abrieron, dejando que la música inundara mis oídos con una melodía extraordinariamente dulce. Una multitud de damas se congregaba, esperando ansiosamente a que un caballero las invitara a la pista de baile. Mientras esperaban su turno, su entretenimiento preferido parecía ser el intercambio de conversaciones frívolas sobre vestidos deslucidos y las altas temperaturas del verano.

En el frente del salón, una silla elegantemente decorada con adornos heráldicos aguardaba mi presencia, ya que, sin mí, la fiesta no tendría sentido. Celebraba mis veinticuatro años, la misma edad en que mi padre había ascendido al trono. A veces, me sentía como si la gente que me rodeaba me considerara más joven de lo que era en realidad. Algunos parecían pensar que cualquier tropiezo me haría caer y lastimarme, pero no era así.

Por lo que he observado, sé que toda esta opulencia es obra del primer ministro y su afán de destacar en asuntos majestuosos. Le gusta estar en el centro de la atención, ser el tema de conversación y, sin duda, recibir elogios. Hoy es el rey de la fiesta, igual que su amigo y confidente, otro lord que se encuentra rodeado de jóvenes damas en edad casadera.

—Las fiestas suelen resultar tediosas, ¿no cree, majestad? —comentó Sir Williams, siendo el único en captar mi sentir, expresando lo que yo pensaba, pero no podía decir. Siempre me he sentido más cómodo con un libro en la tranquilidad de mi habitación que en eventos de suntuosidad desmesurada.

—Los cumpleaños no son precisamente lo mío —murmuré con voz apenas audible.

—Ni las cenas de aniversario por la fundación de nuestra querida tierra, ni las bodas, y mucho menos las navidades.

No pude evitar sonreír ante su observación, pues tenía razón en cada palabra.

—Me gustan los velorios, mi estimado señor. Me llevan a reflexionar sobre por qué la vida debe celebrarse en medio de una algarabía desenfrenada, dejando solo unas pocas migajas de dolor a la muerte. Debería ser siempre igual, inmutable.

—Majestad, puede confiar en que, si llegase a fallecer pronto, mi deseo sería que, en lugar de servir comidas insulsas, se obsequiara a la gente con porciones de deliciosa tarta de naranja. Me emocionaría saber que, entre las lágrimas de tristeza, sus bocas se llenarían con este manjar exquisito.

Mantuve una expresión incrédula ante tal comentario, esperando que nadie hubiera escuchado la extravagante ocurrencia de Sir Williams. Afortunadamente, parecía que nadie había captado que nuestra conversación estaba teñida de sátira festiva.

En ese momento, Van Dort hizo su entrada, acompañado de su prima, la señorita Mariam, quien era su único pariente sobreviviente. Juntos se dirigieron hacia mí, hicieron una respetuosa reverencia y entregaron a la servidumbre un obsequio que tendría la oportunidad de desvelar al día siguiente.

—Señorita Mariam, es un verdadero placer tenerla aquí —me acerqué para saludarla, permitiendo que me envolviera en un cálido abrazo—. Ahora veo que su primo es muy discreto, apenas menciona lo hermosa que se ha vuelto desde que usted se trasladó a Irlanda.

—Sus elogios son muy gratos para mí, majestad. Sin embargo, siento que usted y yo discrepamos en ciertos aspectos.

—¿En qué sentido difieres, Mariam?

—A diferencia de lo que mencionaba anteriormente, Steve no me ha ocultado nada. Me ha relatado con gran detalle todo lo relacionado con usted, por lo que no me sorprende encontrar a una mujer tan hermosa al mando de Draconis. De hecho, considero que las descripciones de mi primo sobre la belleza de la reina son extremadamente precisas.

—Mariam, no creo que Su Majestad esté interesada en conversar sobre eso —intervino Van Dort, tratando de disimular el rubor que los comentarios de su prima habían provocado.

Piratas (En Reedición)🚩Where stories live. Discover now