Capítulo 16.

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-¿Terminamos entonces, policía?- preguntó el vagabundo, poniendose de pie y colocando sus huesudas manos sobre el escritorio.

La información que me había dado Fidel había sido bastante importante. Celia había usado drogas en varias oportunidades para superar las crisis depresivas en las que entró a partir de la muerte de sus padres. Podría haberlo liberado tranquilamente, sin ponerle cargo alguno, pero dentro de mi cabeza, un ángel y un demonio estaban luchando por decidir quién tenía razón. El demonio ganó.

-Si, hemos terminado por ahora.- le respondí, mientras lo miraba intensamente y me sentaba en el asiento pegado al suelo.

-Bueno, entonces puedo irme.- dijo el hombre sonriendo abiertamente, mostrando su dentadura torcida y amarillenta.

-¿Irte? ¿Acaso dije que podías irte?- espeté, y sonreí maliciosamente al ver la expresión confundida del vagabundo.

-¿Cómo? ¿No me puedo ir?- preguntó.

-Lo siento señor Fidel, pero no puedes irte. Voy a tener que encerrarte por confesar que eres un vendedor de sustancias ilícitas.- contesté, mientras su cara se horrorizaba al imaginarse encerrado.

-¡Yo no confesé nada! ¡No he vendido nada en varias semanas! ¡Pensé que teníamos un trato policía!- comenzó a gritar a todo pulmón, tratando inutilmente de mover la silla.

-Lo siento, de verdad. Pero no voy a dejar que en mi ciudad hayan plagas como tú dañando a la gente, al igual como hiciste con Celia.- dije en forma brusca, poniendome de pie.

-¿¡De qué estás hablando!? ¡Yo no he dañado a nadie, y menos a la mujercita esa! ¡Ella me buscó por cuenta propia!- dijo, con un nudo en la garganta. Estaba a punto de llorar, pero no me hizo sentir mal de ninguna manera. Ese hombre merecía ser encerrado.

-Así son las cosas Fidel.- dije, saliendo de la habitación y permitiendo que dos oficiales entraran para llevarse al hombre a una de las pocas celdas que poseía la estación de policías.

Tuve que respirar profundamente para dirigirme a el lugare en donde Julia aún seguía ocupada revisando varios archivos, aunque seguramente lo hacía a propósito para esperar que terminara de hablar con Fidel para luego exigirme explicaciones.

El hombre salió retorciendose de la sala de preguntas, mientras vociferaba maldiciones e insultos de todos los tipos hacia mi persona.

-¡Eres un malnacido Diego Grezch! ¡Tú nunca vas a servir para nada!- gritó, pero no era la voz de Fidel, sino una voz femenina la que salía de su garganta.

Unos puntos blancos aparecieron en mi vista, al igual como había sucedido una vez en casa de Julia. La imagen se puso totalmente en blanco hasta que poco a poco fue recuperando colores.

Estaba sentado frente a una mesa que estaba volcada a un lado, con las cosas que al parecer tenpia encima regadas por todas partes. Era un comedor más bien pequeño, con baldosas de cerámica amarillas, manchadas por una sustancia de color rosado chicle. A lo lejos, desde un corredor estrecho que al parecer daba a la sala, unas voces de una mujer y un hombre se gritaban el uno al otro cosas impronunciables.

-¿Entonces por qué no te largas de una buena vez? ¡Mi hijo y yo no te necesitamos!- gritó la mujer, con su voz algo desgarrada. Seguramente estaba llorando.

-¡Eso es lo que haré, te dejo a ti y tu bastardo! Bah, ¡Ni siquiera se si ese es mi hijo! ¿¡Quién sabe si te revolcaste con otro tipejo mientras iba al trabajo!?- gritó el hombre, mientras sonaba un ruido extraño, como el de unos cierres.

-¡Ahora me dices eso! ¿¡Te atreves a dudar de mi, cuando tú me has engañado con todas las mujeres de la ciudad!? ¡No seas tan imbécil y vete! Además, tú trabajo reparando ventiladores no sirve de nada, porque eso es lo que eres : UN BUENO PARA NADA- dijo la voz femenina

Celia, la chica de ojos grandes.Where stories live. Discover now