—No lo sé —Contestó ella, apretando los dientes. Intentó sonreír pero sólo logró hacer una tensa mueca.

—¿Estás bien, Lynz? —El pelirrojo dejó su celular y se acercó con ojos curiosos.

De tan cerca, ella notó que (aunque su nariz podría mejorar) Gerard Way era bastante guapo. Es decir, era un poco afeminado en sus rasgos y movimientos pero eso sólo lo hacía más interesante.

Quizás tener que besarlo no sería tan malo. Haría lo correcto, después de todo.

—Estoy cansada, ¿sabes? —Inició, repasando la historia en su cabeza— ayer trabajé mucho en unos arreglos para mi banda. A lo que venía, ¿podrías llevarme a casa? No estoy en mi mejor momento —Hizo de nuevo esa mueca extraña, como si algo estuviera fuera de lugar. Gerard no le prestó demasiada atención.

—Lynz... —Murmuró, en tono de disculpa. Se puso una mano en el cuello y entrecerró los ojos— hoy tenía pensando en ir a lo de mi novio, así que no puedo... perdón. Me encanta decir eso, mi novio.

Carajo, pensó la pelinegra, bueno, me las puedo arreglar, ¿verdad? Si no lo puedo grabar en mi casa, tendré que llevarlo a— oh, Gerard seguía hablando.

—...pero puedo darte dinero para un taxi, ¿sí? Así no tienes que conducir, ni nada.

—Eres muy amable —Contestó, sin poder ocultar por completo su tono de molestia. Gerard pareció no notarlo, ya que sonrió y soltó una sarta de cosas sobre que eso era lo que los amigos hacían. Su monólogo parecía sacado de una película.

Todo sería tan fácil si fuera un completo imbécil. Arruinarle la felicidad sería hasta agradable. Mierda, mierda y remierda. Soy una persona horrible.

Lindsey no pudo terminar de reprocharse a sí misma, ya que la profesora entró al aula (con tremenda cara de culo, pero a eso sí estaba acostumbrada) e hizo que toda conversación cesara. A pesar de que la mayoría eran estaban en sus veintitantos, hacían silencio. La profesora Urie daba muchísimo miedo.

Lo que Lindsey menos quería en ese momento era estudiar teoría del arte, pero lo hizo de igual manera. Tenía que aprobar.

Concéntrate. Es sólo un día más.
***

—¡Y por eso no voy a tener un tatuaje nunca! —Gerard exclamó, feliz de tener alguien a quien hablarle. Nunca había sido muy sociable pero parecía que las cosas empezaban a cambiar en su vida. Lentamente todo mejoraba.

—Nunca digas nunca. Las agujas no son tan malas además, los piercings son hermosos —Opinó, sujetando del hombro al chico que tomaba café.

—Está bien, Justin Bieber —Bufó Gerard— nunca diré nunca.

—Además, ¿no te encanta el arte? Podrías diseñar tu propio tatuaje.

—Puedo diseñar uno para Frank —Repuso, abriendo mucho los ojos y señalando a un muchacho tatuado que se encontraba a algunos metros. Debía ser el tal Frank: no los veía pero ellos sí a él.

Lynz notó la sonrisa que se había formado en el rostro de su amigo y sintió una pequeña presión el pecho. Su latido aceleró cuando Gerard se dispuso a despedirse.

—¿Te puedo acompañar? —Preguntó, forzando una sonrisa– quiero conocer a Frank.

—¡Claro! —Exclamó, sujetándola de la mano— lo amarás. No tanto como yo, por supuesto, pero lo amarás.
***

Siempre existía la posibilidad de mentir a Bert y decir que no había tenido oportunidad de seguirlos. Pero Lynz debía admitirlo, tenía miedo de lo que el ojiazul sería capaz de hacer si se rehusaba a cooperar.

Se valoraba a sí misma antes que a nadie y no arruinaría su única relación estable por culpa de la mentira de un loco. Su novio ya la había perdonado por engañarlo una vez: no lo haría una segunda.

A medida de que se acercaban, la chica escuchaba menos a su compañero y más al errático martilleo de su corazón. Se sentía enferma.

—No me siento bien —Murmuró.

Luego de hablar, dejó de oír por completo. No se podía concentrar.

Iero se encontraba a varios metros de ellos, junto a un auto negro. Todavía no se percataba de ellos.

Lindsey Ballato tenía miedo. Intentó recordar las palabras de Bert.

¿Bert no le mentiría, verdad? Dijo que Frank lo atacó y seguro era cierto. No tendría razón para querer molestar a alguien inocente, a menos de que estuviera malditamente loco.

Confiar en Bert. Confiar en Bert. Confiar en Bert. Mientras avanzaba, repetía mentalmente cosas. Era como un absurdo mantra.

Hago lo correcto. Hago lo correcto. Hago lo correcto.

—¿Necesitas ayuda? —Preguntó el dibujante, consternado. Lynz fingió tropezarse y Gerard le ofreció rápidamente un brazo para ayudarla a levantar. ¿Estaba mareada? ¿Se iba a desmayar? ¿Qué le pasaba?— puedo llevarte a la enfermería, te puedo cargar en mi espalda si no puedes caminar y—

La chica no perdió el tiempo. Lo sujetó del brazo, empujándolo hacia ella.

Gerard cayó sobre Lindsey, asombrándose a sí mismo por su falta de equilibrio. No pudo evitar pensar que quizás su amiga estaba drogada. ¿Lynz consumía crack? Porque eso explicaría montón cosas.

—¡Ay! —Gritó fuertemente, como si el cuerpo del chico la hubiera lastimado al caer sobre ella. Sí, posiblemente consumía crack.

Todas las personas de alrededor voltearon para ver el extraño espectáculo de los adolescentes en el suelo. Gerard se sonrojó e intentó soltarse del agarre.

—¿Qué te duele? —Exclamó, algo desesperado.

En ese momento, Lynz presionó sus labios fuertemente contra los de Gerard. El chico no se separó al instante, por lo inesperado de la acción. Durante varios segundos, no sabía qué estaba pasando.

¿Estaba drogado también? ¿Soñando? No, no era un sueño. Una pesadilla se ajustaba mejor.

Eso no se sentía bien: no se sentía como besar a Frank. Estaba mal, sus labios estaban demasiado mojados y el aroma no era— oh, Frank estaba ahí.

Cuando este pensamiento interrumpió los pensamientos del chico, se separó al instante. Empujó a esa—a esa enferma lejos de sí. ¿Qué había pasado? ¿Por qué?

Abrió los ojos sin decir palabra, completamente pasmado. Su novio ya no estaba ahí esperándolo. Frank Iero no se quedó para oír explicaciones. Su pecho estaba pesado. ¿Qué había visto? ¿Qué había...?

El chico le propinó una cachetada a Lindsey.

Prozac y avellanas -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora