Capítulo VI

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—Buen día señora, digo señorita. —Frank no puedo evitar palmear su frente ante la estupidez que había salido de la boca de Gerard. Además, le había guiñado el ojo. ¿Por qué le guiñaba el ojo a su mamá?

—Frankie, nunca me presentaste a tu amigo. —Dijo Linda, guiñándole el ojo de vuelta. Qué. Estaba. Pasando. Por. El. Amor. De. Dios.

—Deténganse, deténganse por favor —Fue todo lo que dijo, llevándose ambas tatuadas manos a su cabeza— para preservar mi salud mental. Si les importo al menos un poco, deténgase.

—Es un amargado, ¿verdad? Yo no lo crié así, fueron todas esas series de televisión, te digo. Y ese plais, pleis estaton —Señaló la señora Iero, ganando una risa por parte de Way. En realidad, empezó a reírse tanto, que le salió un pequeño sonido cual cerdito.

—Aw —Dios, no, no podía estar pasando— Mierda, ¿dije eso en voz alta?

Linda abrió los ojos cual platos y prosiguió a buscar frenéticamente algo dentro de su carrito.

—¡TE LO REGALO! —Exclamó, golpeando a su hijo en el pecho con una caja llena de jabón en polvo.— PARA TU BOCA, MALEDUCADO.

Gerard no podía parar de reír, se había sujetado contra el estante de mezclas para panqueques para tan sólo no caer de la risa. Sus ojitos se achinaban al entrecerrarlos y movía su cabeza de atrás hacia adelante. Frank se sorprendió a sí mismo por todas las ganas que tenía de escuchar su risa como el soundtrack de su vida.

—Perdón, mami. —Susurró, bajando la cabeza como si estuviera arrepentido. Miró al ojiverde, que se había recuperado y volvió junto a ellos, posando sus manos en los hombros del menor.

—Así que —Siguió Linda, enarcando una ceja, un gesto al que su hijo recurría siempre que estaba a punto de decir algo importante para él.— ¿es este niño de aquí tu nuevo novio? Porque dejame deci—

—MAMAA —El enano se tapó los oídos y cerró los ojos como un niño pequeño. Gerard volvía a reír, aunque ahora lo hacía mientras su cara se teñía de rojo intenso.— NO HAGAS— NO DIGAS.. ¿SABES QUE? NADA.

—Sí —Respondió el pelirrojo, una vez que paró de reír. Y, como si nada pasara, sujetó entre sus dedos los del guitarrista. Mierda, mierda, mierda. Nunca saques tus dedos de ahí, nunca más. Así estoy bien.— Ayer nos casamos y tenemos una hija. Le puse bandit Iero. Es muy bonita.

Linda empezó a reír a carcajadas ante la seriedad del joven. Si alguien tuviera que estar con su hijo, no le molestaría que el levemente extraño chico de ojos verdes estuviera con él, al menos le prepararía panqueques de la manera en que ella sabía que a Frank le gustaban.

—Gee —Susurró él, complacido y siguiéndole la corriente.— No se suponía que le digamos lo de la boda todavía. Perdón por no haberte invitado, mamá, pero tenía demasiadas personas en la lista, no sabes cómo se siente ser popular.

—Estoy segura de que tú tampoco sabes. ¿Te acordas cuando festejamos tu cumple número 13? —Linda río para sí misma y Gee la imitó, mientras el bajito se escondía adentro de su chaqueta— ¿Y nadie vino? Porque yo sí me acuerdo.

—¡Mamáaa!

Y en ese momento, a pesar de no haber comido nada hace dos días y casi no haber dormido más de tres horas, Gerard se sintió feliz. Cansado, hambriento y embobado pero feliz.

Se sintió feliz porque tenía sus dedos entrelazados a los de Frank Iero y se sintió feliz porque su mamá lo avergonzaba frente a él, como si se hubieran conocido desde hace años. En ese momento, estaba muy vivo.

El pequeño guitarrista era mejor que cualquier prozac.
***

—Voy a bajar de este auto si no dejas de tocar la puta radio.

—Ey —Rió Gee, conduciendo con una sola mano, porque la otra estaba ocupada siendo sujetada aún por el castaño. Y podían bien morir atropellados, pero al menos estaría aún entrelazando sus manos con su rayo de luz. Una forma muy celestial de partir.— ¿No te sirvió de nada el jabón en polvo de tu mamá? Además, no pasan nada bueno.

—¿No tenes ningún CD? —Preguntó, mirando como las luces del semáforo cambiaban de verdes a amarillas.

—No sé, busca ahí abajo. —Le señaló el lugar donde guardaba los documentos del auto y muchas cosas que nunca usaba. Frank sonrió ante la colección de discos, eligiendo uno de The Smashing Pumpkins y poniéndolo en el reproductor.

—Buena elección, Frankie —Le dijo, mirándolo mientras el semáforo daba en rojo. Cuando lo observó, nació un impulso de él. Y al carajo todo, lo iba a cumplir, ya había hecho suficientes estupideces en aquél día.

Se acercó lentamente, y como si fueran un niño pequeño e inocente, le dio un besito en la mejilla, para luego regalarle una de las más genuinas sonrisas que nunca había tenido. Para su sorpresa, Iero no hizo ninguna de las reacciones a las que estaba acostumbrado; no lo miró raro ni se separó de él lo más posible, no le gritó "marica" ni lo intentó herir. Simplemente se quedó ahí, fundiendo su mirada con la de él, esbozando una pícara sonrisa.

—¿Otro? —Pidió, haciendo el mismo pucherito con el que ganó los yogures de limón y el jugo con caja de perrito. El chico no dudó en depositar en su mejilla otro dulce beso, esta vez en la otra mejilla, levemente más cerca de la comisura de la boca. Iero dejó escapar un sonido de satisfacción que hizo hizo sonrojar al dibujante.— Estoy feliz de hablarte conocido, en serio.

—Yo también estoy feliz, por muchas cosas realmente —Se separó para volver a poner sus ojos en el camino, que resultaba mucho menos interesante que su copiloto.— Mayormente por tu existencia. Y la de los panqueques, adoro los panqueques.

—Haríamos una linda pareja, ¿te das cuenta? —Musitó, levantando sus manos unidas como si fuera un trofeo.— El guitarrista y el dibujante. Tendríamos una gran casa frente a la playa, donde vivirían todos nuestros perros e hijos. Les enseñaríamos sobre arte, sobre The Misfits y sobre cómo preparar la perfecta taza de café.

—Frerard —Río el pelirrojo, dejando de prestar atención un momento a la música.

—Fre—¿qué?

—Frerard —Repitió, como si fuera lo más obvio del mundo— Frank y Gerard, juntos. Así nos van a llamar todos, imagínate. Destronando a Brangelina.

—Ah, Frerard. —Asintió Frank, mirando por la ventana, repentinamente un poco desganado. Era increíble cómo podía notar sus estados de ánimo tan fácilmente, lo entendía tanto.— Si yo fuera una chica... —Susurró.

—Sí, —No quería llegar nunca al apartamento, quería quedarse con su novio falso en ese auto hasta que se vuelvan viejos y se olviden uno del otro.— si fueras una chica.

Frank no tardó en quedar dormido en el asiento, arrullado por una mezcla de Smashing Pumpkins con los cánticos de Gerard. Y Dios, habría hecho cualquier cosa por congelar ese momento y vivir en él por siempre.

Prozac y avellanas -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora