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Primer día de clases.

Para algunos, el día en el que empieza su popularidad. Para otros, una pesadilla.

Debo admitirlo, no me gusta estar sola. Y aquel día, estaba completamente sola. Era la hora del segundo recreo y yo, la chica nueva, no había hecho ningún amigo, aún.

Quizá fuese porque no soy muy social o quizá fuese por mis pintas de depresiva. Sí, iba completamente de negro. Me obsesionaba aquel color, si es que se le puede llamar así, y nadie iba a impedir que me vistiera con él.

Suspiré. Aquel año iba a ser largo. Me daba la sensanción de que no iba a tener amigos, aparte de Minhyuk. Y no sólo eso, también tenía la molesta intuición de que algo malo, o quizás sólo diferente, iba a pasar. Después de las extrañas experiencias del día anterior estaba preocupada porque algo similar volviera a ocurrir.

Me levanté de una de las amplias mesas de la cafetería. Quería despejarme y olvidar los sucesos que aún me perturbaban y el ajetreo del primer día. También decidí buscar algún lugar en el que pudiera, al menos, descansar cuando me apeteciera sin que nadie me molestara... un lugar que sólo fuera ocupado por mí. Por el camino oía las conversaciones que los alegres adolescentes establecían. Se contaban cotilleos de personas cercanas, otros contaban noticias de sus temas favoritos y algunos hablaban de temas comunes, como el calentamiento global.

Salí del edificio y llegué a una zona en la que no había alumnos. Un viejo árbol se levantaba frente a mí; a mis pies, una alfombra verde chillón se extendía. El lugar me pareció curioso y agradable, así que decidí descansar lo que quedaba de recreo bajo la poca sombra que daban las hojas a punto de marchitar. Disfruté de la paz que irradiaba el que ahora sería mi rincón. Al fin había encontrado un lugar en el que descansar sin que me molestaran.

Sin embargo algo, mejor dicho, alguien, interrumpió mi paz.

- Oye, tú -escuché por primera vez aquella voz que sería mi perdición. Abrí los ojos y encontré a un chico alto, pálido, con el pelo bien peinado, ojos oscuros y buen físico. El inquilino me miraba con una ceja más alzada que la otra, esperando una respuesta a su repentina llamada, o al menos para mí lo era.

- ¿Quién? -miré a los lados, pensando que podría estar hablándole a alguien cercano, e incluso llegué a pensar que podría estar detrás del árbol, ya que el chico fijaba su mirada en mi dirección- ¿Yo? -él asintió y me sorprendí. Era la primera persona que me hablaba en todo el día. Me permití pensar que podríamos llegar a ser amigos. Pero, oh, el destino tenía otros planes. Seríamos de todo, menos amigos.

- Sí, tú -me respondió con tono de desprecio. Eso me extrañó. ¿Acaso había hecho algo malo para que él fuera conmigo de esa manera?

- ¿Qué pasa? -prengunté insegura. Quizá sólo se haya confundido con alguna conocida, pues no tenía derecho a hablarme de esa manera aún sin conocerme.

- ¿Es que no te han dicho que éste es mi sitio? -de nuevo aquel tono desagradable salía de sus carnosos labios.

- Mmmm... no -respondí insegura-. Soy nueva y eres la primera persona con la que hablo, así que nadie me ha advertido de nada.

- Pues ya lo sabes -me miró esperando a que yo reaccionara o incluso a que me levantara para dejarle en paz en "su sitio"-. Vamos, ¿a qué esperas?

- Lo siento, pero he llegado yo primero -le dije claramente. Aquel chico me intimidaba un poco, pero no iba a dejar que se saliera con la suya.

- Entiendo que seas nueva -dijo después de coger aire varias veces, como si se estuviera controlando-, pero éste ha sido mí -enfatizó mucho la "i"- sitio desde hace un año. No vas a venir a quitármelo porque tú quieras -frunció el ceño con la mirada seria, mostrando que se encontraba enfadado por la situación.

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