9 "Aterrizaje"

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Un ala se inclinó de golpe cuando el avión empezó a volar en semicírculo al acercarse al aeropuerto. Camila se apoyó en mí, luchando para obtener una buena visión a través de la ventanilla. Debajo de nosotros, el océano resplandeciente chocaba con una larga hilera de bahías arenosas. Abundantes olas blancas rompían contra la costa. Se veían minúsculos puntos oscuros en el agua.

— ¡Que maravilla! Mira todas esas playas— Exclamó mi hermana, que por un momento se olvidó que no me hablaba más— Apuesto a que podré ir a una diferente cada día durante los próximos dos meses.

Unos momentos después, sobrevolábamos el puerto de Sydney. Cientos de velas blancas surcaban el agua y se movían con rapidez detrás de enormes barcos de carga. 

—  Esto tampoco parece demasiado malo— Prosiguió— ¿No sería genial encontrar algunos chicos simpáticos con un barco? Y mira esos rascacielos— Continuó animada— Me pregunto si acá andan muy atrasados con la moda respecto a nosotros Mira— Se interrumpió— Hay montones de canchas de tenis ¿Será allí donde tendrá lugar tu torneo?

Me encogí de hombros y seguí mirando por la ventanilla. Los edificios altos se habían transformado en un conjunto apiñado de casas con algunos edificios más grandes diseminados entre ellas, parecían fábricas. Volábamos tan bajo que parecía que en cualquier momento rozaríamos los techos. No muy lejos, podía distinguir todavía el resplandor del mal.

¡Estamos llegando a un continente nuevo! Pensé algo optimista por primera vez. Tenía delante de mí dos meses sin tener que concurrir al colegio de forma regular y por cierto, esas playas parecían sensacionales. De pronto me pregunté por qué me había preocupado tanto por todo. Camila tenía razón; me preocupaba demasiado. 

Y en ese momento decidí que iba a divertirme, tal como me lo había sugerido papá. Y también iba a usar esas nuevas bikinis y conocer apuestos muchachos australianos. Cuando volviera a casa, mis amigos del colegio no reconocerían a la nueva Micaela Viciconte, en versión mejorada.

Las ruedas tocaron tierra con un sacudón que hizo que mi hermana me tomara del brazo con miedo. Yo pretendía ser una voladora experimentada, la que nunca se asustaba de los ruidos extraños de un avión.

Media hora más tarde, ya habíamos pasado la aduana y estábamos paradas fuera del aeropuerto, rodeadas de arbustos fragantes y a la espera de Fierita.

— ¿Dónde esta ese hombre? — Preguntó mamá mirando a su alrededor con una expresión preocupada en el rostro— Me dijo por teléfono que estaría acá esperándonos.

— Quizás fue a la playa— Sugirió Cami— Ahí es donde yo estaría si fuera él.— De pronto me tomó del brazo— Mira que pedazo de chico— Me susurró.

Creo que lo debe haber encandilado con alguna de sus sonrisas deslumbrantes, porque el chico se detuvo y le sonrió a su voz.

— 'en día— Dijo. Nos enteramos que así es como dicen "hola" los australianos— ¿Necesitan que alguien las lleve hasta el centro? Tengo mi viejo sacudehuesos estacionado allá— Añadió señalando hacia la playa de estacionamiento.

— Es muy gentil de tu parte, pero estamos esperando que llegue el coach de mi hija—Dijo mi madre con firmeza.

— Oh — Dijo el muchacho— Si lo que quieren es un coche, tienen que ir allí donde está la parada.

Mamá lo miró como si estuviera loco y yo tuve una imagen mental de una fila entera de titos y fieritas, todos esperando fuera del aeropuerto. El chico parecía sorprendido por la expresión de nuestros rostros. Señaló un tipo colectivo estacionado más adelante en la calle.

— Allá esta el coche que va a la coach ahora—  Nos informó.

— Ah, no, no esa clase de coach — Dijo mamá dándose cuenta del malentendido — De dónde nosotras venimos a eso le llamamos colectivo. No, me refería a un entrenador de tenis.

El muchacho sonrió y nos miró a Camila y a mí.

—  ¿Ustedes son jugadoras de tenis?— Preguntó

Asentí y mamá explicó.

— Mi hija esta acá para jugar en el circuito australiano.

El chico me miró con tal respeto que hizo que me ruborizara.

— Bueno será mejor que siga con mis cosas— Luego nos saludó con la mano y se alejó.

— ¡Que lindo era!— Dijo Camila— Si todos los chicos de acá son como él, no la pasaremos tan mal.

— ¿Pero por qué tuviste que hablarle del circuito australiano?— Le pregunté a mamá algo enojada— Me hiciste parecer de la realeza o algo así.

— Bueno, en realidad estas acá para jugar al tenis— Respondió— Tendrás que acostumbrarte a manejar la publicidad— Se volvió al oír un fuerte grito— Por fin, allá esta Guillermo. Gracias a dios.

Dobles MixtosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora