Jo no es nombre de chico.

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Prologo.

Soy la persona con más mala suerte del planeta.

Pero empecemos desde el principio.

Mis padres habían declarado un cese temporal de la convivencia matrimonial, un elegante eufemismo para un divorcio, que sin duda, acapararía portadas de prensa.

Entre todos los escándalos, las discusiones de mis padres por teléfono, la prensa, las manadas de abogados y el bullicio de la ciudad, a alguien se le ocurrió preguntarme qué opinaba de todo aquel asunto.

Y yo simplemente dije que no podría permanecer allí más tiempo.

Mi vida estaba en Nueva York, y lo sabía. Pero era el momento de empezar algo nuevo, algo que fuera mío propio. Una vida.

Las cosas ocurrían por alguna razón siempre. Pero como decían los existencialistas, cada uno vamos haciéndonos nuestro propio destina a partir de las decisiones que tomamos.

Y mi decisión no era quedarme de brazos mientras todos decidían mi destino.

Toda mi vida había sido planeada al milímetro, francés, latín, economía, matemáticas.... Sin tiempo para respirar, sin un minuto para mí misma y para mis deseos.

Y ahora mis padres estaban haciéndolo de nuevo. Discutiendo sobre mí custodia como si fuera un yate más, uno de los ponis, o una de las casas de verano, una posición más que pudieran moldear a su antojo.

Tenía dieciséis años, casi diecisiete, y era suficientemente mayor como para poder decidir por mí misma, y mi decisión era irrevocable.

Necesitaba respirar, incluso si eso significaba tener que irme muy lejos y abandonar mi antigua vida.

Mis padres no entendieron mis ansias de libertad, pero si entendieron, que la situación estaba siendo dura para mí, y que estar en medio de sus continuos pleitos no me beneficiaba para nada.

Por lo que ambos llegaron a un acuerdo, con abogados de por medio, claro, y decidieron mandarme al antiguo colegio de mi padre.

Cuando dije que quería irme de allí, esperaba irme a algún lugar como Hawái o California, no a St. Jude, el viejo y decrepito internado de Colorado, en medio de los campos de maíz y los paletos, que se casaban con sus primas, donde mi padre se había hecho, como el mismo decía, un hombre derecho.

Aunque cualquier cosa era mejor que permanecer en Nueva York.

Ni siquiera la fiesta de despedida, con ponche claro, que mis amigas y de mi novio habían preparado consiguió atenuarme la moral.

Mi novio fue especialmente cariñoso conmigo y me prometió que me esperaría. Llevábamos casi dos años, y éramos la pareja de moda según la teen vogue*. Él era el hijo de un socio, también conservador, de mi padre, por lo que ambas familias apoyaban nuestro noviazgo, que era ya más un matrimonio, con comidas los domingos con la suegra incluidas.

Incluso se rumoreaba que cuando cumpliera los diecisiete años, me iba a entregar el anillo de la familia, que era algo así como una petición de matrimonio anticipada.

Pero con mi ''huida'' de la ciudad, las cosas entre nosotros no estaban tan claras.

Había prometido esperarle, pero ¿Y si no podía? No me toméis a mal quiero a mi novio con todas mis fuerzas, y es obvio que somos tal para cual, pero de alguna manera, sentía que era otra de las imposiciones de mis padres que me presionaban el pecho, y de las que me quería librar yéndome de Nueva York.

Un tiempo separado también nos vendría bien. Así sabríamos si de verdad estábamos destinados a estar juntos, o era una simple función de marionetas, donde nuestros padres movían los hilos.

Jo no es nombre de chico(Editando)Where stories live. Discover now