3. Yo creo que no

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A la hora de cerrar solo quedábamos Carlos, Mariam, Marcos y yo. Martín se fue un rato después de que llegara Marcos y en verdad me alegraba. Su presencia me trastornaba sobremanera. En el rato que él había estado en la cafetería, yo había apuntado mal dos pedidos y devuelto de más a un grupo hipster que huyeron con el dinero sin decir nada.

Marcos se ofreció a ayudarme a recoger las sillas, mientras Mariam y Carlos hablaban y reían sin dar palo al agua u ofrecer su ayuda por pura cortesía. Quería a mi hermana, pero me tenía completamente explotada a cambio de un sueldo ridículo. Ya me lo dijo en su día Como eres de la familia te aplicaré un sueldo especial. Si llego a saber en su momento que eso significaba que me iba a pagar menos, la hubiera mandado a freír espárragos.

—Y el Martín este, ¿No era por el que suspiraste durante toda la carrera? —preguntó Marcos en un susurro; sacándome de mis pensamientos.

—El mismo... —suspiré—. Ya te imaginarás mi decepción cuando lo he visto. Yo que creía que se habría quedado calvo y resulta que está mejor que nunca. —Le pasé una silla que él puso sobre la mesa—. En cambio, si yo me hubiera quedado calva, él no se habría ni enterado. Aún no sé ni como ha sido capaz de acordarse de mi nombre.

—¿Y qué le has dicho?

—Primero he balbuceado y luego he fingido que no recordaba su nombre.

Marcos rompió a reír de tal manera que me lo contagió por lo ridículo de la situación y me desplomé sobre una silla cercana. Al instante, el final de la espalda me dio un pinchazo y solté un grito de dolor que llamó la atención de todos.

—Aún duele —me queje, a la vez que me secaba las lágrimas producidas por una mezcla de risa y dolor.

Mariam vino corriendo hasta mí preguntándome si estaba bien, a la vez que me ayudaba a levantarme y le daba un manotazo a Marcos por no ayudarme.

—Estoy bien. No te preocupes —le contesté entre risas.

—Pero ¿Se puede saber de qué os reís tanto?

—Tú hermana. Que es tremenda —contestó Marcos intentando recuperar la compostura.

—Bueno, si ya habéis terminado de reíros, vámonos.

De camino a casa compramos algo de cena en el bar de al lado del portal. Estábamos hambrientos y la comida olía tan bien, que la cena pasó sin demasiada conversación por parte de ninguno hasta que llegaron los cócteles. Por muy mal que me cayera Carlos, tenía que reconocer que mi cuñado sabía hacer toda clase de cócteles. Y desde que mi hermana salía con él, el estante de al lado de la tele parecía una licorería profesional, con toda clase de mejunjes. Solo esperaba, que en una de éstas no intentara envenenarme. Íbamos ya con varias copas en el cuerpo y mi urgente necesidad de salir a divertirnos mi último fin de semana, antes de que mi vida cambiara, les pareció buena idea.

—¡Por la próxima empleada de D Design! —brindó Mariam; y todos nos bebimos la última copa de un trago—. Vamos, Madrid nos espera.

Las dos fuimos a cambiarnos mientras Marcos llamaba a una chica que había conocido en la oficina hacía poco. El pobre estaba enamorado de Mariam, pero no había hecho voto de castidad y me alegraba de que así fuera o aún sería virgen.

Me metí en mi habitación en busca de algo decente que ponerme, pero no había nada. Absolutamente nada. ¿Dónde se había metido mi ropa? Asomé la cabeza al pasillo y con la naturalidad que te da una ingente cantidad de alcohol en el cuerpo, grité mi problema.

—¡Mariam! ¡Mi ropa de salir se ha ido sin mí!

Casi no había terminado la frase cuando Mariam apareció corriendo con una montaña de ropa sobre sus brazos. Sin dejarme decir nada, se puso a buscar hasta que encontró una blusa negra con topos, un poco transparente para mi gusto, y una falda del mismo color. Todo de su talla.

Mi mejor oportunidad (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora