4.Gelsey I: Comienzan los preparativos

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Estaba empapado de sudor y jadeando. Me giré hacia mi izquierda para contemplar cómo los rayos que se filtraban a través de las cortinas, dibujaban arabescos en el voluptuoso cuerpo de la rubia que dormía apegada a mí. Helena no se separaría de mi cuerpo ni aunque la pudiese contagiar con un virus mortal. A veces temía que mi encanto la estuviese empezando a afectar, ahora que habíamos llegado tan lejos los dos juntos no me apetecía matar a la Reina de las Brujas... por el momento.

En realidad aquella mujer despertaba sentimientos contradictorios en mí. Era muy diferente a Madelaine lo cual me gustaba, no quería seguir recordándola, y realmente disfrutaba del tiempo que pasábamos juntos, pero sus imprevisibles cambios de humor me desconcertaban y yo odiaba no tener todo bajo control. A veces parecía obsesionada conmigo y me hablaba de planes de boda, otras se volvía altanera y orgullosa y llegaban a mis oídos esas historias sobre el guardia de pies gigantescos... Yo por mi parte no quería ni pensar en un enlace matrimonial, con Ellette ya había tenido suficiente, pero tampoco quería sentirme utilizado por la bruja para que la ayudase a dominar el Mundo.

Había mucho trabajo que hacer, por lo que me desperecé rápidamente y me deshice del abrazo de Helena. Ella farfulló algo aún medio dormida, pero la ignoré. No me apetecía escuchar su voz en esos instantes, por lo que me vestí rápidamente y salí de la habitación. En el largo corredor que conformaba el ala oeste del palacio los guardias me saludaron, pero a mí se me olvidó devolverles el saludo, además no podía evitar mirarlos con desconfianza. ¿Sabían ellos lo de ese Flopi? ¿Ellos también se la estarían tirando?

Más allá de mis dudas sentimentales las cuales detestaba, lo que más me preocupaba eran las amenazas que llevaba recibiendo todo el verano. ¿Por qué de entre todas las flores tenían que enviarme precisamente un jazmín? Eso me hacía pensar irremediablemente en Madelaine, aunque no tenía sentido. Ella era una humana más que desapareció hacía cincuenta años. La sola idea de que se estuviera infiltrando en mi palacio a pesar de las numerosas protecciones mágicas que había mandado implementar para dejarme un jazmín ensangrentado en la almohada cada jueves, se me hacía demasiado surrealista. No se me había pasado tampoco la fecha, un jueves la conocí y también fue un jueves la última vez que la vi. Todo parecía conectar con Madelaine, ¿pero y qué le decía a Helena? ¿Que hacía cincuenta años conocí a una humana de la cual me enamoré en tan sólo siete días y que aún no la había olvidado ni ella parecía haberme olvidado a mí porque me enviaba flores ensangrentadas todas las semanas?

Por supuesto que a Helena ni la había mencionado el asunto de las amenazas en forma de jazmín ensangrentado, sólo había insistido en que había que aumentar la seguridad. Insistí tanto en eso que hasta la bruja se rió de mí. Me llamaba paranoico y decía que ambos éramos lo suficientemente fuertes para acabar con cualquier amenaza, pero quien fuese que hubiese logrado penetrar nuestra magia, tenía que ser realmente poderoso.

Mandé revisar a toda la Guardia y sirvientes, me deshice de aquellos que no eran de mi completa confianza pero con todo, cada jueves me encontraba con un jazmín. Había llegado a esconderme en un pasadizo de mi propia habitación para pillar al culpable en pleno acto, pero no apareció nadie y en mi bañera encontré al anochecer el maldito jazmín.

Tenía una teoría. Aquel jueves, el último en el que vi a la humana, un misterioso hombre encapuchado nos había advertido del incendio. En ese momento no tenía tiempo de pararme a pensar en ello, ¿pero qué hacía ese hombre allí? No recordaba su rostro porque la capucha se lo llenaba de tinieblas y ya ni siquiera recordaba su voz. Ese hombre debía de ser el culpable, él nos debió espiar y por eso sabía lo de los jazmines y ahora lo estaba usando en mi contra. No quería que supiera que estaba logrando sacarme de mis casillas.

Léiriú I: La rebeliónWhere stories live. Discover now