En un intento por encontrar calor para así poder procesar todo lo que sucedía, llevó sus piernas contra su pecho sin darle ni un gramo de importancia al dolor físico que le causó la acción. Físicamente estaba bastante delicada, pero sabía amedrentar más eso que su propia mente, la cual la mantenía nerviosa y alterada. Y aunque no estaba dispuesta a decírselos, ellos lo sabían. Viajar y conocer lugares era algo normal, pero por ese lado lograban comprenderla un poco; no había salido de ese castillo desde los 8 años. La sobre estimulación visual y sensorial la estaba comiendo viva, además tenía que meterse en la cabeza la idea de su nueva vida de una vez por todas. Algo nada fácil, la oleada helada no la dejaba ni desviar su atención por mucho.

— Este lugar es una maldita porquería, me voy a congelar viva. — se quejó temblorosamente, la barbilla le temblaba por la temperatura.

La mandíbula de la rubia se apretó guardándose las palabras, pero el chico de pelo chocolate no pudo. De los dos posiblemente era quien más se había preocupado.

— Es la consecuencia de lo que has echo. —

Lo hubiera golpeado pero apenas y podía moverse, su cuerpo comenzaba a sentirse entumido.

— Vete a la mierda. — vociferó. — Denme algo para calentarme, a este paso me va a dar hipotermia y va a ser su maldita responsabilidad. —

Ahí fue cuando por primera vez en todo el rato, le dirigieron la mirada, solo para terminar componiendo una mueca de confusión. Era normal que sintiera frío, su cuerpo estaba demasiado débil como para producir calor y permanecer en una temperatura estable al igual que ellos. Pero el abrigo que tenía encima era tan pomposo como para hacerlos sudar y aun así se veía tiritar, aún más pálida y lo más extraño; un pequeño hilo de sangre baja por su oído.

Rápidamente el cuerpo masculino la atrajo sobre si y la envolvió con su propio abrigo, escondiendo su rostro en su pecho, evitando que mirase los puntos brillantes entre los árboles y plantas, los cuales había estado mirando curiosa a través de la ventana desde que llegó. En cuestión de segundos empezó a elevar su temperatura corporal, como un vampiro sin el castigo, el color del sol aún lo acompaña.

Circe por su parte, tomó su celular corriendo a llamar a Wyatt, el encargado de llevarlos a su nueva casa, para apurarle. No podía permitir que los otros la vieran y no podía dejar que perdiera la conciencia.

¿Qué pasaría si la parte consciente de ella se perdía? Claramente algo dentro se sentía amenazado.

Ailana de pronto estaba demasiado cansada para moverse, ni siquiera hizo el intento de salir de los brazos de Jasper. Es como si le hubieran picado el botón de apagado. El frío seguía presente, pero lo demás comenzaba a dormirse. Los ojos le pesaban, pero no estaba relajada para nada. No quería perder la conciencia pero se le dificultaba luchar contra ello.

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Alma Envenenada Where stories live. Discover now