Estaba en el aeropuerto y no veia a Daniel por ninguna parte. Por alguna razón mi padre me había dicho que lo esperara donde una de las tiendas del aeropuerto. Estaba nerviosa y las ganas de llorar me consumían.
- No va a venir... -me susurré a mi misma.
- Eres tan inocente.- dijo alguien detrás mío.
- Daniel.-fue lo primero que dije al girarme.- viniste.-dije abrazándolo pero el tan solo me apartó. Me sentí como si hubieran arrojado ácido a mi corazón.
- Quiero pedirte algo.-dijo arrodillándose delante mío y sacó una cajita.- ¿te vendrías a vivir conmigo? -dijo abriendo la caja en la cual estaba una llave enganchada a un llavero el cual era la una diana que traía mi nombre con una flecha colgada que traía Daniel.
- ¿De donde has sacado ese llavero?
- Lo cogí anoche... aún tengo el que me diste.- el suyo era una diana con su nombre y en la flecha estaba el mío.- tengo esto desde los 10 años.- sonreí.
- Me encantaría vivir contigo pero...
- Pero vas a ir igualmente.-dijo mi padre a mis espaldas.- este muchacho ha interrumpido mi hora de descanso para suplicarme que te deje ir con él, me ha costado reconocerlo.- dijo riendo lo cual causó que Daniel riera.
- No se si reir, llorar o celebrar.-dije aún en shock.
- Tienes 18... os amais... no dejeis escapar el tiempo.-dijo mi padre.
- Dios te amo.-dije abrazándole.
- Y yo cariño.-dijo besando mi frente.- he de irme... portaros bien.
- Claro.-dijo Daniel y tomó mi mano.
Luego de una media hora estábamos en nuestra nueva casa colocando nuestras cosas.
Estaba haciendo canelones para celebrar y bautizar la cocina cuando siento unas manos en mi cintura. Sonreí girándome para quedar enfrente suyo.
- Te amo, idiota.-susurré en sus labios.
- Y yo a ti, inocente.- susurró de vuelta y juntamos nuestros labios en un delicado beso.
