Capítulo V.

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El ruido de la puerta de entrada al cerrarse fue tan fuerte que temió que Angelo y Vitto saliesen de sus habitaciones, hasta que recordó que ambos se habían quedado en la discoteca junto a Andrea. Murmuró una maldición y empujó a su acompañante, con menos suavidad de la que debería, hacia el pasillo, dirigiéndole a su habitación. La noche había sido breve para él. Ni siquiera había llegado a beberse el cuarto cubata cuando había decidido llevarse a la boca los labios de aquel chico en lugar del vaso de ron.

Tenía novio. O novia. No sabía el género exacto, pero había visto su conversación de Whatsapp justo al salir de la discoteca. El muy capullo le había dicho que estaba regresando a casa y que se verían el fin de semana cuando volviesen al pueblo. Era cierto que Giancarlo no tenía el más mínimo apego por las relaciones y que, desde luego, no tenía problema alguno en enrollarse con alguien con pareja puesto que, a fin de cuentas, era cosa del otro. Él no le debía nada a nadie. Pero también era cierto que ese tipo de persona le parecía tan inmoral que no creía que mereciera tener una relación.

Tiró las llaves en el pequeño bol de madera que Angelo había comprado en tercero, cuando se cansó de ver que ninguno de ellos las colgaba en los pequeños ganchitos que había a la izquierda de la puerta, y cruzó el pasillo a grandes zancadas, llegando a su habitación antes de que su acompañante pudiese abrir la puerta.

Había sido lo suficientemente precavido como para dejar a Haribo en la habitación de Vitto, por lo que el espacio que ocupaba la jaula de su mascota estaba desocupado, aunque eso sólo contribuía a acrecentar más el evidente desorden que reinaba en la estancia.

Cerró la puerta del cuarto y agarró de las solapas de la chaqueta a aquel chico cuyo nombre había olvidado, aunque, a decir verdad, ni siquiera estaba seguro de haberlo sabido en algún momento. Se deshizo de la chaqueta de aquel desconocido mientras este colaba las manos bajo su camiseta a la vez que sus labios volvían a encontrarse. Sintió los fríos dedos del chico recorrer su abdomen y bajó las manos directamente hasta el borde del pantalón, deshaciéndose del cinturón y desabrochando el cierre de los vaqueros con la habilidad adquirida por la costumbre.

Pronto la ropa quedó atrás y las manos de ambos recorrieron cada rincón de la piel del otro. A diferencia de otras ocasiones, Giancarlo no tuvo la necesidad de hacer constar su rol en aquella relación; el chico parecía haberlo aceptado desde el primer momento, y las cosas se fueron sucediendo sin problema, una tras otra, como si hubiesen ocurrido en mil ocasiones entre ellos.

No fue un polvo inolvidable, pero fue suficiente para darse por satisfecho aquella noche. Si no llevase tantas semanas sin salir de fiesta, seguramente se habría mostrado decepcionado con la simpleza con lo que todo había ocurrido, pero no tenía ganas ni fuerzas para exigir en aquellos momentos, y mucho menos para lamentarse de haber elegido a aquel chaval en lugar de esperar por alguno que mereciera más la pena. A fin de cuentas, uno nunca podía estar seguro de quién sería un amante increíble y quién uno de esos que te esfuerzas por olvidar.


El sonido de la vibración de un teléfono móvil sobre el escritorio le sacó del pesado sueño en el que se había sumido la noche anterior. No había bebido tanto como para tener semejante dolor de cabeza, aunque estaba seguro de que no sería nada que una aspirina y un té no pudiesen solucionar.

Se giró en la cama y miró la hora en el reloj que descansaba sobre la mesita de noche, encima de una pila de libros de literatura española. Un ejemplar de La Celestina cayó al suelo con un gran estruendo que le obligó a cerrar los ojos mientras sentía como un martillo golpeaba su cabeza.

—Por las Gracias de Rubens —susurró. Se dejó caer en la cama de nuevo. Apenas pasaban unos minutos de las diez de la mañana. El sol entraba a raudales por la ventana, bañando la habitación. Había olvidado echar la persiana y nunca corría las cortinas por la noche. Había sido uno de esos pocos errores que tenía a veces.

GiancarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora