La importancia de la vida

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Había pasado los días y por fortuna había encontrado un nuevo trabajo. Una familia extranjera de apellido Morrison, habían puesto un aviso en el periódico para contratar a mujeres solteras. El empleo consistía básicamente en cuidar a una pareja de octogenarios que al parecer tenían un buen poder adquisitivo.

El día de la entrevista laboral nos presentamos en la locación a primera hora del día, mi hermana, una chica se aspecto pueblerino y yo. Nos hicieron algunas preguntas sobre los quehaceres que debíamos hacer, entre ellos estaba limpiar, cocinar, cuidar de las plantas, dar lustre a los pisos y lustre a la vajilla de plata.

El hombre que nos hizo la entrevista era el hijo mayor de la pareja de ancianos, un tipo robusto, de cabello rubio y ojos azules. El cincuentón nos contrató en un tris. A Palmira y a la muchacha las contrataron como mucamas cama adentro y a mí me asignaron el horario matutino con salida a las cuatro de la tarde, puesto que yo necesitaba seguir reafaccionando mi casa.

En la casa después de almorzar, teníamos un momento para sentarnos las tres en la mesa de la cocina para beber café. La muchacha se llamaba Felicitas, ella tenía el cabello color miel y siempre usaba un peinado recogido. Generalmente, usaba un vestido de paño color celeste pastel que tenía una reminiscencia antigua.

Ella parecía muy extraña, de momento no emitía palabra y eso me desconcertaba notablemente.

—Oye Felicitas —dije para que se sentara a mi lado— ven aquí, a mi lado. Siéntate.

—Gracias Desirée —susurró lentamente.

—Y dime... ¿tu familia es de aquí?

—Mi madre es de aquí, pero mi padre es de Lancaster, un pueblo en los Estados Unidos —agregó la muchacha— como verán no somos muy cercanos.

—Oh, eso me suena familiar, básicamente yo no tengo un papá —dije.

—Mi padre vive, pero es como que si estuviese muerto —masculló Felicitas.

—Entiendo, hay mucha distancia ¿No?

—La verdad cuando él vivía en este país la vida era horrible —siseo la castaña— mi padre en su tierra natal era el hermano de un profeta, y este tenía un culto. Mi padre quería traer esa religión a este país, pero no lo logró con éxito, entonces volvió a su país con nosotras.

—Intento imaginar de que culto hablás — agregué mientras servía el café.

—Cuando era pequeña viajamos a Usa y entramos a ese culto —añadió la joven rápidamente con voz tranquilizadora—. Tal vez sepas de que religión es.

—No lo sé —me sorprendió que Felicitas se abriera de una vez. Su tono y su modo de hablarme era amigable.

—Al principio en ese culto, la gente se demostraba muy amable y dijeron que tomarían el rol de una familia verdadera — dijo con el rostro sério y un tono triste—, no entendía que nada.

—No puedo imaginar como es esa gente — murmuré.

—La gente seguía a un tipo llamado Christopher, él era el hermano mayor de mi padre, mi tío —repuso deslizando su mano por la mesa— él nos llamaba Cristositas.

𝙇𝙖 𝙢𝙚𝙣𝙚𝙨𝙪𝙣𝙙𝙖 𝙻𝚊 𝙼𝚎𝚗𝚎𝚜𝚞𝚗𝚍𝚊Where stories live. Discover now