La carta

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Mamá permanecía de pie frente al espejo, con los ojos enrojecidos y el rostro lleno de excitación. Se aplicaba la máscara de pestañas una y otra vez hasta engrosar el tamaño de las mismas.

Al parecer ella estaba feliz con su trabajo y yo estaba muerta de miedo, pues empecé a tener insomnio y a tener paranoias.

Pero con el pasar de los días encarné el arte de la serenidad y abandoné la desesperación absoluta.

De pronto un hombre alto y rubio de aspecto pulcro, llamó suavemente a la puerta. Mamá salió y le dio un beso discretamente. Ester, mi hermana menor estaba pasmada mirando por la ventana y preguntó si ese era su papá.

Mis hermanos Adolfo y Angel estaban como entrometidos espiando y yo buscando el modo de persuadirlos. Por otra parte: ¿Quién podría saber quien era este hombre misterioso?

Tenía una notable desconfianza hacia ese extraño hombre, un vago temor de que le suceda algo malo a mi madre. Sabía que esto traería cola.

Es que no pretendo que ella vista de traje sastre como si estuviese en un trabajo normal. Quiero que sea una mujer normal. Lamentablemente mi madre había elegido una profesión liberal, donde los cuadros estadísticos nunca fueron alentadores y eso generaba un miedo pueril.

Mamá si bien es una persona adulta, pero esta vez ha llegado a tocar fondo. Cambió de persona madura a una persona absolutamente neurótica. Esto me provocaba una gran histeria. Tras perder peso, sus facciones se volvieron angulosas y habían perdido algo de su atractivo. Su piel había adquirido un color siena cálido, semejante al color del bronceado que usaba Margarita. 

Luego un trueno resonó por toda la casa y mi madre entró adentro. Apenas se sentó en el comedor Palmira la lleno de preguntas, que por supuesto obvió cambiando de tema.

.....

Mamá continuaba desapareciendo de casa, aunque todos nos habíamos mantenido incólumes y ya no nos importaba demasiado la situación.

Era evidente que mi progenitora estaba descarriada, sin embargo, preferí callar. Sabía que estaba relacionándose con la burguesía, aunque no era asunto mío. Pero pude ratificar su desespero por conseguir salir de este agujero negro.

El misterioso hombre rubio siguió viniendo durante la noche. Pensé que clase de persona viene a estos pagos con semejante facha, atravesando las miradas altivas y las burlas de los pobres e indigentes.

Seguramente el blanco sería un suicida o su grandeza le daba confianza para pavonearse entre los húmedos pasillos de la villa de emergencia.

Quizás el hombre este enamorado de mamá, digo, no cualquiera toma semejante riesgo. En cambio mi madre, solía verlo con la mirada agotada, como si estuviese presenciando un asqueroso espectáculo.

Los modales brutales de mamá, se parecerían a los de Marga, siempre fría, pero con la lengua ardiente. Le dije a mi madre que si seguía siendo de ese modo, no podría conseguir el amor del rubio. Pero cuando manifesté mi desacuerdo con mis parloteos, ella cruzó los brazos y me dijo que pensaría mi padre si estuviese oyéndome desde el cielo.

Ella había conseguido que me deprima aún más. Entonces encendí la radio y me puse a desempolvar la casa, ruidosa y desafiante.

Mi madre pegó un grito y desenchufó el radio de un tirón, entonces yo decidí cantar una lúgubre endecha. Ella hizo un ademán de impaciencia y soltó blasfemias. Diciéndome que tenía que renovar mis palabras, porque podrían causarle un colapso nervioso. Que estaba harta de trabajar como una negra, para darle de comer a unos hijos que no le tienen consideración alguna.

𝙇𝙖 𝙢𝙚𝙣𝙚𝙨𝙪𝙣𝙙𝙖 𝙻𝚊 𝙼𝚎𝚗𝚎𝚜𝚞𝚗𝚍𝚊Where stories live. Discover now