Trece

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El chico de los lentes no desistió. Llegó a casa de Sara un miércoles por la tarde, luego de haber salido del colegio; se encontró frente a una pequeña casa de ladrillos, tenía un aspecto agradable y hogareño a primera vista, moderna y que con sólo tocar la puerta lo hacía sentir cómodo.

Le atendió un señor gordo y alto. Llevaba unos shorts de pijama y una franela blanca; Marcus se veía tan pequeño a su lado y de repente el sentimiento de comodidad lo dejó y un miedo sin sentido lo invadió. Se podía oler el alcohol a kilómetros.

—Hm... ¿Es... está Sara?—la voz del muchacho tambaleó un poco pero luego intentó recomponerse.

El señor enarcó una ceja, divertido y abrió un poco más la puerta, dándole un espacio a Marcus para que pasara a una bonita sala de estar.

—Claro niño, ya la llamo, espera.—sonrió un poco y subió las escaleras.

Un rato después escuchó la voz del señor diciéndole a Sara que "un amable niño" la estaba esperando abajo. Marcus tenía esa manía de contar los segundos cuando esperaba algo, o alguien. Contó justo 50 segundos, cuando por fin la tenía al frente. Ahora su cabello era de un negro azabache que la hacía lucir madura; las ojeras bajo sus ojos reflejaban el poco o nulo sueño que había estado teniendo y la pijama de gatitos indicaba que probablemente se acababa de parar de la cama.

Lo primero que la chica hizo, sorprendentemente fue tomar a Marcus entre sus brazos. Lo abrazó con fuerza y soltó un pequeño suspiro, enterró su rostro en el cuello de él (que olía a un rico perfume que Sara no pudo identificar), e intentó pronunciar algunas palabras a duras penas.

—Pensé que luego del mensaje te alejarías de mi... pero no lo hiciste.—Marcus le devolvió el abrazo con fuerza, sintiéndose confiado.—Por favor, imagina que la pared entre nosotros cayó... necesito un amigo.

—Ya, ya... estoy aquí... pero Sara... nosotros no somos amigos.

Y la soltó.




Trazos en la paredDonde viven las historias. Descúbrelo ahora