3.Rosalie I: La princesa colibrí

Start from the beginning
                                    

Él me descubrió. Traté de decirle que no tenía por qué preocuparse, que llorar no era malo, que le comprendía pues me habían explicado que aún sufría la pérdida de su madre, pero él no quiso escucharme. Se puso furioso, gritándome y llamándome de todo. Yo me asusté mucho, llegué a creer que me tiraría por la ventana, que haría brotar raíces en mi interior que me desgarrarían. No llegó a tales extremos, pero desde entonces se dedicó a hacerme la existencia imposible.

La vida en su Corte me resultó insufrible, pues él junto a sus amigos me gastaban constantemente las peores bromas pesadas. Si soporté todo aquello fue por el pensamiento de que mi madre pronto se cansaría de su nuevo amante y no tendría que volver a soportar a un silfo nunca más. Sin embargo, pasaban las estaciones y mi madre, lejos de aburrirse de Gelsey, cada día le amaba más. Me contaba ilusionada que intuía que él la pediría matrimonio. Yo rogaba para mis adentros que eso nunca pasara y mis súplicas se habían escuchado hasta entonces, pero aún así seguían empeñados en que Idril y yo teníamos que pasar el mayor tiempo posible juntos. Yo empecé a huir de casa, ocultándome en el bosque con la esperanza de que se fuesen sin mí, y así conocí a los Rebeldes. Bueno, a su líder, quien me convenció para que uniera a ellos y lo cierto era que resultaba muy divertido.

Con el tiempo me fui dando cuenta de que añoraba la música que el Príncipe tocaba con su arpa. ¿Cómo alguien con tanta escarcha en su corazón podía tocar una melodía tan dulce? Y entonces comprendí también que Idril en realidad sufría mucho. Si se comportaba así con la gente era porque intentaba ocultar su fragilidad revistiéndose de ese aura de superioridad gélida.

Una vez se me escapó preguntarle por qué se pasaba tanto tiempo delante del espejo. Su mueca se congeló unos instantes. Después, clavó sus glaciales ojos en mí, evaluándome, tratando de descifrar mis intenciones ante tal comentario.

"No me malinterpretéis, Alteza. Es sólo que me sorprende que alguien con un autoestima tan grande, esté tan preocupado por cómo luce ante los demás, ya sois hermoso de por sí."

Ante mis aventuradas palabras, Idril esbozó una sonrisa torcida.

"Una forma muy cortés de expresar tu opinión hacia mí. Me sorprende que alguien como tú me esté haciendo esta pregunta", me dijo mientras trazaba un círculo alrededor de mí con sus pasos. "Me gusta mostrarme inalcanzable para los demás. Verás, princesa colibrí, nosotros somos algo así como dioses materializados. La gente nos idolatra, se arrodillan ante nosotros y buscan nuestro apoyo, pero sólo porque esperan que llenemos sus estómagos y resolvamos sus problemas. Nos quieren por lo que somos, no por cómo somos. Sólo buscan su beneficio personal, así que yo interpreto mi papel de divinidad perfecta y cruel. Además, la gran mayoría no merecen la pena así que, ¿para qué malgastar tiempo en ellos? Es mejor invertirlo en mí mismo."

"Es triste pensar así", conseguí decir.

"¿Triste? Lo que es triste es mi existencia. Una niña mimada como tú jamás lo entenderá." Idril se había colocado detrás de mí y me había retirado el pelo hacia atrás. Su voz satinada caracoleando tan cerca de mi oído me hizo estremecer. Entonces, me giró, de forma que nuestras miradas se encontraron. "Sólo quien consiga ver a través de mi máscara podrá llegar a mi corazón."

Sus ojos brillaban con cierta ansiedad o quizás, inquietud. Sentía que estaba tendiéndome un puente hacia él, pero no me atreví a cruzarlo. Idril y su imprevisibilidad me daban miedo.

"Ya no soy una niña", protesté.

Por aquel entonces yo ya tenía dieciséis años y mi cuerpo había cambiado desde la primera vez que nos vimos. Ya no tenía los mofletes tan inflados ni me gustaba recogerme el cabello con grandes lazos. Ahora un toque de maquillaje animaba mis mejillas y me afilaba los rasgos. Las caderas se me estaban ensanchando y mi cintura se estrechaba, mi figura ya no era lisa como una tabla de planchar. Idril, por el contrario, estaba exactamente igual que siempre, el tiempo no transcurría por él o al menos, no tan rápido.

Léiriú I: La rebeliónWhere stories live. Discover now