Qué difícil ser grande

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Eran las seis, quizá seis y media.
Todas las niñas estaban en clase, incluso las más chicas. Tenían entre cinco y diez años, algunas cuatro y otras once.
No se si es necesario aclararlo pero algunos lo considerarían un dato clave para la historia.
Pasaban algunos militares, todos ellos serios. Saludaban, como si ser educado consistiese en cumplir con la cuota del "qué tal". Yo estaba sentada del otro lado del escritorio, no había cobrado ninguna cuota ese día. Llovió toda la semana. Quizá ese era el dato clave.
Me parece que seguíamos estando entre el margen de las seis y las siete, pasaron las abuelas y se sentaron en el sillón a esperar. Ellas leían porque los grandes leen. Pasaron unos minutos y llegaron más madres. Ellas no saludaban como los militares, saludaban fingiendo mucho interés o quizá ni saludaban. "Qué difícil ser grande" pensé.
Ya estaba por ser la hora, revisé el reloj de la computadora y el del celular por las dudas. Esa noche iba al cine así que me palpé el bolsillo del jean para corroborar si la entrada seguía en su lugar. Los gritos aumentaron, la música se apagaba de a poco y las madres se asomaban por el pasillo para espiar a sus hijas. Apareció una corriendo y se dirigió hasta la ventana de segundo piso que se encontraba a lo largo del salón, justo en frente de mi escritorio.
Al llegar al balcón de esos que tienen solo un metro, gritó algo que todos escucharon pero nadie se musitó. Apareció una de las profesoras y situándose a su nivel de altura le dijo algo que no alcancé a escuchar. La niña señaló al cielo y volvió a gritar "El cielo está rosa!"
Sonreí al ver el espectáculo que se montaba justo en frente de mi asiento, era tan bueno como ir al cine. La profesora no le prestó atención y saludó por el balcón a quienes estaban abajo. Se volvió a la niña y tomándola de la mano se la llevó para adentro, mientras ella erguía los dedos y la mirada, como si no le hubiese alcanzado el tiempo para seguir mirando el cielo.
Volví a sonreír porque necesitaba hacer físico el hecho. Me acerqué a la ventana y lo contemplé más de cerca. Era una de esas cosas que pasan una vez, entre diez y quince minutos pero quizá se sienten en un solo segundo. "Como en las películas" pensé.
La niña corría por el pasillo y se reía entusiasmada. Ya se había olvidado del cielo rosa.

 Ya se había olvidado del cielo rosa

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Manifiesto absurdo de un presente que no existeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora