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DANA

            Cuando Hunter sale de mi habitación, me doy cuenta de que he estado reteniendo la respiración. La suelto y me siento sobre la cama para descansar el pie en alto. Aún no puedo creer que me insultara de aquella manera, no entiende nada y se cree capaz de juzgar a los demás... ¡Pues yo también puedo juzgarle a él, y mucho!

            Por un instante he deseado contarle lo que me pasa, la situación en la que me encuentro. No solo con mis padres y todo el tema del dinero, sino sobre Gordon. Pero no puedo permitírmelo. No puedo permitir que vuelva a suceder lo mismo, no me lo perdonaría.

            Sobre las diez de la mañana y tras adelantar algún trabajo de clase, me tumbo en mi cama y sin esperarlo, vuelvo a dormirme.

-        Tendrías que habérmelo dicho.

-        Lo siento. – Le miro limpiándome los ojos con la manga de la chaqueta.

-        ¿Te das cuenta de lo mucho que sufrirá la gente cuando se entere?

-        ¡No! No tienen porque enterarse. Mike, por favor no se lo digas a nadie. – Me acerco a él agarrándole de las solapas de su polo bien colocado. Él me mira frunciendo el ceño, con la misma angustia que reflejan mis ojos.

-        No lo entiendo. Necesitas ayuda, joder Dana, ¡tenemos que decírselo a alguien!

            Me alejo de él restregándome la cara con mis manos y no dejo de caminar de un lado para el otro. Nadie puede saberlo, y si hubiera sido por mí, ni siquiera él se habría enterado.

-        ¿Por qué has tenido que aparecer justo hoy Mike? No era el momento. – Me siento sobre su cama, siempre tan bien hecha y doblada. Es tan limpio y ordenado, ojalá yo lo fuera también.

-        Está claro que lo era – se sienta junto a mí y me mira fijamente, con la determinación dibujada en sus ojos, no va a salir nada bueno de aquí. – Esto se acaba aquí. O haces algo ya o lo haré yo. Tú eliges.

            Me levanto como un resorte, sudando e hiperventilando a más no poder. Las sábanas están revueltas bajo mis pies y el pelo se pega a mi cara por la humedad. No, otra vez no. El mismo sueño, las mismas imágenes. Hacía tanto que no me sucedía...

            Camino hacia el baño y decido darme una ducha tras encender el calentador en el armario del pasillo. Oigo la televisión en el piso inferior y supongo que mi padre estará descansando junto a mi madre en la sala.

            El agua me devuelve a la realidad y me ayuda a pensar más claramente. Las heridas de las rodillas siguen algo marcadas, pero supongo que con el tiempo desaparecerán. Aún recuerdo el vestido hecho jirones. Cuando me lo entregaron en el hospital antes de irme casi rompo a llorar, era el vestido de mi madre. Como si me lo hubiera regalado y yo lo hubiese destrozado.

            Hace tanto tiempo que no recibo un regalo suyo que el perder el vestido me ha dolido más que nada. Cuando salgo de la ducha envuelta en una toalla, vuelvo a mi habitación para vestirme y tras colocarme un pijama limpio, bajo hasta la sala y sin decir nada me tumbo junto a mi padre, apoyando la cabeza sobre su hombro.

-        ¿Cómo te encuentras? – Besa mi cabeza y me aprieta contra él.

-        Dormir me ha ayudado. ¿Qué veis?

-        A tu madre le entretiene ver cómo las locas se pelean por sus maridos. Tendremos que tragarnos el programa entero. – Se ríe llevándose la mano de mi madre hasta su regazo, esta le mira un instante y después vuelve a centrar los ojos en la pantalla.

TU ELIGES (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora