018 pt II

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–No, no es igual. Ya no estoy con Mónica, el coro se me va de las manos, mi tío me tiene en el punto de mira, ha aparecido Álvaro, y-y...– comenzó a dictar Blas. Se trabó con lo último que iba a decir, sintió que el corazón se le salía por la boca de lo rápido que le latía y solo quiso gritar– ...Y tú.

Carlos frunció el ceño ante esa afirmación, y vio cómo Blas dejaba una manzana en la mesa de noche para llevarse las manos a la cabeza y tirarse del pelo antes de cerrar los ojos con mucha fuerza.

–¿Yo?– preguntó Carlos, señalándose a sí mismo.

Blas se rió sarcástico por evitar ponerse a llorar. Apretó los labios y se encogió de hombros, sin saber cómo seguir hablando. En el fondo le estaba sentando bien soltarlo, pero no se sentía capaz de continuar.

–S-sí. Tú... Desde que volviste de Dublín ha sido diferente. No tengo ni idea de por qué, y no me gusta. Pero es como si... Como si yo no fuera yo y tú vas e intentas liarlo todo y me va a explotar la cabeza.

Carlos no supo cómo tomarse aquello. Miró a su amigo al borde de un ataque de pánico sentado tirándose del pelo. Tragó saliva y se levantó con cautela de no hacer movimientos bruscos y espantarlo, como si fuera una gacela a punto de ser cazada. Se acercó muy lentamente hasta la cama de Blas, aunque el castaño en ningún momento se giró a mirarle. Se sentó a los pies de la cama, en el borde, para no aprovecharse.

–Te va a explotar la cabeza porque no has hablado de nada de esto antes.– dijo Carlos, intentando usar un tono de voz suave.

–Quizá es que no puedo hablar de esto en voz alta.– susurró Blas.

–¿No puedes hablar en voz alta de tus problemas familiares o de mí?

Blas abrió los ojos y alzó un poco la cabeza para mirarlo. Sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo al encontrase tan cerca pero a la vez tan lejos de él. Le miraba fijamente, con los ojos completamente abiertos, esperando una respuesta sincera por su parte. Blas solo pudo abrir la boca para intentar defenderse, pero sin llegar a articular palabra.

–¿Quieres hablar de tu madre?– preguntó Carlos, intentando desviar ese tema. Blas negó con la cabeza.– ¿De tu tío? ¿De Mónica? ¿De Arlette?

Blas tuvo que tomar aire por la boca con exageración, ya que la sensación de ahogo volvió a apoderarse de él. Negó con la cabeza sin poder llegar a recuperar el aire. Y no pudo evitar dejarse llevar y soltar la primera lágrima de frustración cuando Carlos se movió para acercarse más a él.

–Hey, ya está, ¿vale? Si no quieres hablar de eso, no pasa nada. Creo que debes, pero no te voy a forzar. Ya bastante me has dicho. Y llora, llora todo lo que quieras; es bueno, así es como mejor te vas a liberar.

–Quiero hablar pero... N-no... No puedo.– tratamudeó Blas, llevándose una mano al pecho.

–Vale, lo primero va a ser que te tranquilices, ¿sí?– dijo Carlos.– Vale, cierra los ojos.

Blas le dirigió una mirada de desconfianza antes de hacerle caso.

–Sientes como una presión en el pecho que no te deja hablar, ¿verdad?– preguntó Carlos. Blas asintió con la cabeza sin pronunciar palabra.– Vale, pues lo que tienes que hacer es intentar olvidarte de ello por un momento. O al menos olvidar que es algo malo. Deja la mente en blanco, y respira hondo, tantas veces como necesites.

Blas tomó aire un par de veces hasta que empezó a notar de nuevo sus pulmones casi cargados. Carlos se incorporó un poco más en la cama hasta sentarse frente a él. Pensó en si sería buena idea darle un apretón o algo en la rodilla, para que supiera que seguía ahí, pero quizá la gacela se asustaría de nuevo.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora