Capitulo 15

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Había determinado rincón en el jardín amurallado en donde a Mason le gustaba sentarse a leer, como solía hacer su madre, frente al pequeño cenador donde tenía sus plantas exóticas premiadas. Azaria había colocado un banco bajo un arco enrejado y Mason se acordaba de verla allí con un libro en el regazo y un sombrero de paja claro para protegerse del sol. En aquella época, el arco estaba forrado de jazmín y rosas color crema que añadían su aroma al aire endulzado por las lilas y las boronías. Las abejas zumbaban perezosamente de flor en flor, ahítas de néctar, mientras los cuervos que anidaban en el aula sur se congregaban al borde de la hierba a la espera de que les tirara miguitas de pan.

Los cuervos todavía frecuentaban el jardín. De hecho Ulises era un polluelo que Mason había encontrado seis años atrás con una pata rota. El cenador estaba cubierto de vegetación, hierba y clemátides, y los cristales se caían a trozos en sus descuidados marcos. El liquen escalaba las paredes sucias y las pocas plantas que habían sobrevivido eran blanquecinas y endebles por la falta de luz. Mason no se atrevía a abrir la puerta para rescatarlas, por miedo a que la frágil estructura se viniera abajo. Debería aceptar su pérdida de una vez por todas: sencillamente no había sobrevivido al paso del tiempo. Sin embargo, no quería construir uno nuevo y limpio mientras aún percibiera la presencia de su madre en aquel oasis aislado. Por la misma razón, su padre había insistido en que el jardín se quedara exactamente como ella lo había dejado. Mason solía observarle desde la ventana del piso de arriba cuando paseaba por el sendero hacia el cenador deteniéndose ante los objetos que Azaria había puesto en un sitio o en otro. Estatuillas, maceteros... los regalos que él le había hecho para el cenador.

Tras su muerte, las malas hierbas se habían adueñado del lugar y la naturaleza salvaje que Azaria había tratado de contener lo cubría todo. Aun así, su sello permanecía en los diseños del mosaico que rodeaban la zona de césped y las flores que había plantado. Ahora presentaban un aspecto espigado y monstruoso por culpa de la delgadez. Una brisa suave arrastró su perfume a hojas muertas y podredumbre hasta Mason. Había terminado el verano y con la estación se habían ido las flores.

Mason tenía pensado empezar a trabajar en el jardín cuando llegara la primavera. No mucho antes del accidente, Mason y Lynden habían estado allí sentados hablando sobre un futuro libre de los edictos de su padre. Era un nuevo comienzo. Podían derribar los muros, limpiar los escombros del ala sur y construir algo útil. Quizá una piscina cubierta. Lynden se imaginaba a niños jugando allí: una nueva generación de Cavenders que nunca conocerían el Laudes Absalom donde Mason y él habían crecido. La Maldición por fin se rompería.

-Ha llegado la visita que esperaba -anunció la señora Danville, cuyos zapatos impecables aparecieron justo delante de las botas de Mason-. He servido café en el salón amarillo.

Mason aplastó la colilla del puro y le hizo un gesto a Ulises. Abandonó su aventajada posición en el tejado del cenador, voló hacia ella y se posó en la percha de cuero que Mason se ajustaba al hombro siempre que lo sacaba a pasear.

-Ese pájaro suyo ha robado un almendro de coco -la informó el ama de llaves.

-Tienen buen gusto -comentó Mason, emprendiendo el camino hacia la casa-. Sus pastelillos son soberbios.

La señora Danville aspiró por la nariz y lanzó una mirada incendiaria al irredento cuervo.

-Tengo noticias sobre nuestra vecina.

Debía de haber hablado con Bridget Hardy, supuso Mason. Se preguntaba si Vienna ya habría llegado a Penwraithe. Se había contenido para no llamar y averiguarlo, porque sería un movimiento que delataría su debilidad. Mason tenía la sospecha de que Vienna intentaría tardar todo lo posible para que Mason volviera a ella arrastrándose y tuviera que disculparse por haberle hecho una propuesta tan zafia. Sonriendo al recordar su cara de estupefacción, Mason le aguantó la puerta trasera abierta al ama de llaves. Si Vienna no accedía a acudir a Laudes Absalom para intentar conseguir unas condiciones mejores, que volviera al seno de su familia con las manos vacías. Ya volvería.

El jardín oscuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora