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En cuanto sonó el timbre que daba por finalizada la clase de Economía, salí al pasillo para reunirme con mis amigas, que ya me esperaban ahí. Nos dirigimos a la cafetería para la hora del almuerzo y nos sentamos en nuestra ya habitual mesa, en una esquina de la sala. Como siempre, nadie más se sentó con nosotros y, como siempre, no me podía importar menos.

Allison, Kira y yo llevábamos yendo juntas desde la guardería. Éramos las tres inseparables y nos iba perfectamente así. No es que fuéramos precisamente las más populares del instituto. De hecho, con suerte nos invitaban a las fiestas, pero tampoco me quejaba; me gustaba mi vida tal y como era. No necesitaba mucho más sabiendo que siempre podía contar con ellas.

Allison Argent era alta y morena, de ojos marrones y piel clara. Era difícil pillarla sin una sonrisa en la cara, que casi siempre conseguía contagiarnos a Kira y a mí. Sin duda, se trataba de la graciosa de las tres y también de la más sociable. Si nos invitaban a una fiesta, solía ser gracias a ella. Cuando estábamos tristes, Allison era la primera que proponía un plan para animarnos; ya fuera salir a dar una vuelta, quedarnos en casa y hacer un maratón de series con helado y galletas, o hacer lo que a ella más le gustaba: cantar a todo pulmón al ritmo de nuestras canciones favoritas. Su problema siempre había sido que era tan impulsiva que a veces había llegado a meter la pata por algo que había dicho o hecho.

Por otro lado estaba Kira Yukimura, más bajita que Allison pero más alta que yo, aunque tampoco tanto. Era de rasgos asiáticos, ya que su familia provenía de Corea, pero ella no podría haber estado menos interesada en su descendencia. Seguramente se debiera al hecho de que su padre era el profesor de Historia en el instituto, lo que hacía que la pobre estuviera desbordada de datos históricos y no quisiera ni oír hablar del tema. Era soñadora y muchas veces estaba tan perdida en su mundo que era difícil llamar su atención.

Y luego estaba yo, Lydia Martin. A diferencia de mis dos amigas morenas, yo tenía el pelo de un color entre anaranjado y rojizo; una especie de rubio fresa. Tenía los ojos verdes y la piel extremadamente pálida, tanto que era difícil que me diera el sol sin quemarme. Sabía con certeza que era más inteligente que la mayoría de la gente de mi instituto y, seguramente, de todo Beacon Hills, nuestro pueblo. Sin embargo, nunca había fardado de ello o había utilizado mi inteligencia en contra de nadie, ya que, como había dicho, no tenía especial interés en sobresalir en lo que la gente llamaba 'jerarquía social de popularidad'.

Me gustaba leer, dibujar, patinar, estudiar -sí, estudiar- y simplemente pasar la tarde con Allison y Kira sin hacer mucho más aparte de hablar. Era la más decidida de las tres, y es que no me gustaba darle muchas vueltas a las cosas: o blanco o negro, no tenía tiempo para pensar en las posibilidades o en los quizás. Defendía las cosas que se rigen por la lógica y seguía el lema de 'hay que verlo para creerlo'. Además, tenía poca paciencia y, según mis amigas, era bastante obstinada.

En fin, estas éramos nosotras; completamente diferentes las unas de las otras, pero, aun así, inseparables desde tiempos inmemoriables. Nos complementábamos sin problemas, formando un trío bastante fuerte que no estaba en lo más alto de la gran jerarquía, pero tampoco en lo más bajo. Simplemente, pasábamos desapercibidas.

—¡Mira por dónde vas! —oí que alguien me gritaba, haciendo que me sobresaltara. Quizá no pasara tan desapercibida. Asustada, miré a la persona que tenía delante. No era nada más y nada menos que Jackson Whittemore, el capitán del equipo de lacrosse, el chico por el que todas las chicas se morían, excepto mis amigas y yo, claro. Su prepotencia al andar por los pasillos me enervaba, nunca logré entender quién establecía el estatus del instituto ni por qué a ciertas personas se las debía tomar como si de dioses se tratara. Me hubiera gustado responderle todo esto a Jackson, pero, como chica anónima que era, causaría un escándalo, y no quería eso.

—Lo siento, iba distraída —me excusé, tragándome todo el orgullo. Él había sido la persona que casi se choca conmigo, no yo con él.

—No pasa nada esta vez. Total, no es como si supiese quién eres —dijo riéndose, antes de irse con aires de superioridad. Cuando se apartó de mi vista, resoplé con frustración. De todas las personas con las que podría chocarme, tenía que ser con el idiota ese, bravo.

—¿Te has vuelto loca? ¿Quién te ha dado permiso para chocarte con el chico más popular de todo Beacon Hills? —preguntó Allison, completamente alterada. Sí, Allison era una persona que se alteraba con facilidad, era mejor no enfadarla.

—¿No lo has visto? Ha sido él quien casi impacta contra mi cuerpo, no yo —me excusé.

—Lydia, deja esa riqueza en vocabulario tuya por una vez. Me recuerdas a mi padre dando clase —comentó Kira, entre risas—. Yo te creo, Jackson es un abusón.

—No lo entiendo. ¿Por qué él es así? ¿No podría ser un poco más como...? —dejé mi pregunta inacabada, dándome cuenta de lo que estaba a punto de decir.

—¿Aiden? —preguntaron Kira y Allison a la vez. Yo las miré impactadas; no recordaba haberles dicho nunca que Aiden era algo así como mi amor platónico, además de ser otro de los chicos populares. Sin embargo, era completamente distinto a Jackson. Como si me estuviesen leyendo el pensamiento, Allison volvió a hablar—. Ah sí, eres muy obvia mirándole cada vez que le ves, incluso en clase.

—Donde siempre estás atenta excepto cuando le miras —añadió Kira, dándome un codazo. Yo suspiré, pensé que era más buena ocultando este tipo de cosas—. Vamos, llegaremos tarde a clase con mi padre y me reñirá si es así.

Entre risas, las tres fuimos a Historia, la clase del señor Yukimura.

Después de lo que pareció una interminable mañana, llegó la ansiada hora de ir a casa. Tras despedirme de mis amigas y quedar en llamarlas luego, monté en mi coche, camino a casa.

Mi casa estaba en las afueras del pueblo, quizá porque fuera un chalet. Supuse que mi madre ya estaría en casa, que habría salido de trabajar ya. Vivía sola con ella, ya que mis padres se divorciaron hacía apenas un par de años. No llevaba mal el divorcio, seguramente porque nunca había tenido muy buena relación con mi padre. Totalmente lo contrario a mi madre, con la que podía hablar prácticamente de cualquier cosa.

Tras abrir la puerta, mi madre vino corriendo a saludarme efusivamente, por lo que debía haber ocurrido algo extraño, ya que no solía ser este su comportamiento habitual. Su sonrisa cómplice solamente me lo confirmaba.

—Hija, tengo una noticia increíble. ¿Quieres oírla? —preguntó con emoción. Yo asentí con la cabeza, expectante—. Tu prima va a venir a casa durante este semestre del curso. ¿No es genial?

—Alto, alto —dije parando a mi madre—. ¿Mi prima Scarlett? —Mi madre asintió para venir a darme un abrazo después, que respondí de mala gana—. Genial, es una gran noticia, mamá.

Cuando mi madre se fue de mi vista, me di varios golpes en la frente. ¿De verdad tenía que venir Scarlett desde Inglaterra? Maldita sea, justo después de que yo le contase una mentirijilla sin importancia. El problema era que esa mentirijilla estaba a punto de convertirse en mi pesadilla hecha realidad, en mi propio infierno personal. Necesitaba ayuda, y pronto.

Do we have a deal? || StydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora