Capítulo 10

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 CAPITULO 10

Sable gruñó disgustado. Si antes detestaba la casa del dempiro, ahora que estaba más llena prácticamente no podía soportarla.

Según había escuchado, la casa de un amigo del apestoso se había venido abajo durante el terremoto. Y resultaba que los criados de dicho amigo, el tembloroso que una vez vino y casi se desmalla al verle, necesitaban un lugar donde vivir hasta que se completara la reconstrucción.

Que penita le daban todos …

Patético en su opinión. Por él podían irse todos al infierno, que es donde deberían estar.

No era que le molestaran, a decir verdad ninguno de los recién llegados se atrevía a acercarse a él más de cuatro metros. Incluso había unas dempiras que habían empezado a hacerle ofrendas de comida para “aplacar” a su demonio interior y de esa forma no ser atacadas por el galeus.

No es que le molestara ser tratado como al dios que era, pero podían esmerarse más con esas ridículas ofrendas con las que solo lograban enfurecerlo, tal y como mostraban los profundos arañazos en la espalda de aquellos cuyas ofrendas no merecían su atención.

Por los dioses, ¡él no era malvado!, pero tenía muy poco aguante en lo que a cuestiones sociales sin respeto a su figura se debía.

El galeus, situado en el centro exacto del comedor, no dejaba de mover su peligrosa cola distraídamente mientras los nuevos criados se movían a su alrededor con temor.

No les entendía. Si tanto le temían… ¿por qué estaban en la misma habitación que él?

Sable bufó cuando un joven criado que se hacía el duro pasaba más cerca de él de lo que debería, sacándolo así de sus pensamientos. Por cortesía del galeus, el ser inferior recibió un profundo arañazo en la pierna además de múltiples desgarrones en el muslo.

Con un ronroneo satisfecho, salió del comedor, escuchando tras de sí los gritos de dolor del criado.

¡Que se lo pensara la próxima vez antes de acercarse a él!

Si el dolor era la única manera de conseguir respeto, y más importante, espacio personal, no tenía ningún problema en provocarlo.

…………………………………………..

Gabriel por su parte ya sabía a qué se debía su hambre extrema. La inmortalidad.

Su tiempo de convertirse había llegado por fín.

Podía sentirla fluyendo por su cuerpo, vigorizándola, haciéndola fuerte y resistente.

Nunca había sentido nada igual. Se sentía invencible, intocable. Por encima de cualquier otra criatura. Sentía que ahora, para ella, solo el cielo era el límite.

El corazón de la brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora