—¿Vienes o qué? No voy a dejarte aquí sola. Suelo ser un hombre de palabra a pesar de todo.

—De aquí no me muevo. Esperaré a Elijah.

—Allá tú —espeté, dándole la espalda.

Quizás, reflexionando ahora, podía ser que estuviese celoso. En realidad no entendía por qué prefería ser salvada por ese imbécil con el cuerpo lleno de cicatrices que por mí.

Encontré en el suelo, tirada y pisoteada, mi capa. Casi no la había visto por el lodo que la recubría. No iba a ponerme algo así de sucio, por lo que me despedí de ella con pesar, es que era un regalo de una mujer muy hermosa que había venido a visitarme de alguna de esas tierras lejanas que aparecen dibujadas en los dibujos de mi madre. También le dije adiós a Galán, prometiéndole que saldría de ésta, confiaba en que encontraría por el camino algún feérico que pudiese ayudarme. Me volví una vez más hacia la Princesa, pero ésta se había sentado junto al tronco de un sauce y no parecía que se fuese a mover de allí. Debería quedarme con ella, si algo malo le sucediese sabía que con lo idiota que era me echaría la culpa a mí mismo, pero ella se lo había buscado, por preferir al peor de los dos.

Cuando llevaba cinco minutos caminando, comencé a sentir cierto nerviosismo. Me sentía atrapado dentro de un laberinto, siendo acechado desde las sombras por cientos de ojos rojos. A esas alturas tendría que haberme topado con algún feérico, todo aquello resultaba demasiado inquietante, como si algo les hubiese espantado. Además, me sentía completamente perdido, cosa que nunca antes me había pasado al menos en un bosque. Una cosa era que anulasen mi magia y otra, mis sentidos. ¿Me habrían drogado? ¿Seguiría en realidad inconsciente, desangrándome, y esto era un sueño? Todas las posibilidades que se me ocurrían resultaban cada cuál más desalentadoras y estaba empezando a angustiarme.

—¡Está bien! —exclamé, deteniéndome—. Ya estoy harto. Seas quien seas da la cara. Si sois Owen y Archie, esto no tiene ninguna gracia. Si eres un secuestrador no hace falta que reclames mi secuestro, yo mismo puedo darte joyas, pero deja de jugar conmigo —proclamé con la voz más firme que podía salirme en una situación así.

¿Cómo no se me había ocurrido? Alguien debía de haberse enamorado de mí y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por conseguirme.

Unos arbustos se agitaron, sobresaltándome. Clavé mis ojos en ellos, esperando cualquier cosa, pero la voz me habló por detrás:

—Los secuestradores profesionales como yo, secuestramos a la gente sólo por el gusto de secuestrar. No me interesan tus joyas.

Giré sobre mis talones para toparme de frente con el tipo más extraño que había visto en mi vida. Extraño no sé si era la palabra adecuada, pero no es muy usual encontrarte a alguien disfrazado entre una mezcla del Sombrerero Loco y payaso. La camisa de seda negra parecía muy cara, pero también estaba muy desgastada, y sobre ella lucía un chaleco rojo con brocado en forma de negras telarañas. Las manos las llevaba enfundadas en guantes de un blanco impecable. Su extravagancia me cautivó y me hizo interesarme más por él. A pesar de su estrambótico atuendo, había algo en él que imponía respeto; quizás sus ojos purpurinos, quizás la elegancia con la que lucía aquel disfraz. Me miraba de forma indescifrable y no se me ocurría la manera de reaccionar.

¿Cómo había conseguido acercarse a mí sin que le descubriese? Al final había resultado ser la peor de las opciones posibles y esto no descartaba todavía que me hubiese drogado o la posibilidad de que me hubiera golpeado la cabeza fuertemente y aquello fuese una pesadilla.

—De acuerdo, encima eres un chiflado, qué mala suerte la mía. —Decidí adoptar esa actitud insolente mía que desesperaba a los demás—. Pues secuestrarme a mí no es divertido, suelo exasperar a la gente con mucha facilidad, así que será mejor para los dos si tú coges un barco en el puerto y te vas a un circo a buscar empleo y así yo puedo volver a mi aburrido y seguro palacio antes de que mi padrastro se ponga hecho un basilisco.

Léiriú I: La rebeliónWhere stories live. Discover now