1.Idril I: Cómo ser invencible

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Aquel día no fue para menos. Primero me había mareado al montar por primera vez en barco, después nos habían atacado con gas de la risa y para rematar, me derribaron de mi caballo. Perdí la consciencia, no durante mucho tiempo, pero en la mente los segundos no transcurren a la misma velocidad. Me desperté, sobresaltado.

 Me costó acostumbrarme a la luz vespertina de la vida real y dejar atrás la claridad brillante de los sueños. Los latidos de mi corazón no se normalizaron hasta que pude comprobar que estaba entero y vestido, aunque la situación no estaba para batir palmas precisamente. Los recuerdos de la carrera a caballo volvieron a mí súbitamente. Sentí algo frío resbalar por mi frente, me debía de haber hecho una brecha. Intenté hacer un hechizo curativo, pero no conseguí que la magia chispeara en mis dedos. Miré a mi alrededor por si había hierro cerca y entonces recaí en Galán, mi caballo. Se había caído al suelo y parecía bastante malherido.

Me incorporé rápidamente, sacudiéndome la tierra y las hojas que estropeaban mi traje, y corrí hacia él, entre preocupado y asustado. En realidad su verdadero nombre era Láidir Agus Misniúil, pero todos le llamábamos Galán. Una de sus patas delanteras sangraba y se había torcido la de atrás. El pobre animal no dejaba de sufrir y yo no podía hacer nada por él. Pegué un puñetazo al aire furioso, encontraría al culpable.

No pude localizar ningún alambre de espinos ni ningún otro obstáculo que alguien hubiese podido colocar, además que con mi desarrollada vista élfica debería haberlo visto, no era tan ingenuo como aparentaba. ¿Entonces qué había pasado? Tuve que dejar la incógnita para más tarde porque el cuerpo inconsciente de Rosalie se hallaba tirado en medio del camino. Con el golpe que me había llevado, me había olvidado de la princesita por completo.

Me arrodillé junto a ella y la zarandeé, pero mis esfuerzos resultaron en vano. ¿Qué se suponía que tenía que hacer en una situación así? ¿Besar a la princesa? Se me ocurrió algo mejor.

Tomé a Rosalie en brazos y me encaminé hacia un río que muy oportunamente pasaba por allí, podía oír el dulce fluir de sus aguas gracias a mi oído. Todavía me tambaleaba, pues el accidente seguía reciente, pero me tranquilizaba el pensar que nadie me estaba viendo.

Una vez en la orilla, dejé caer el peso que sostenía entre mis brazos al agua. La princesa Rosalie comenzó a gritar y a chapotear en el mismo instante en que la superficie del río hizo contacto con su piel. Por culpa del susto tragó agua, pero en cuanto descubrió que hacía pie empezó a tranquilizarse. Yo no pude evitar reírme por su reacción. Completamente empapada y con el cabello pegado a la cara no se parecía tanto a una muñeca de porcelana. La verdad era que casi me gustaba más así, lucía más salvaje y el vestido se adhería a su cuerpo insinuando mucho más de lo que a ella le hubiese gustado. Debió de percatarse de mis pensamientos porque se cubrió el pecho con los brazos. Era tan fácil molestarla...

—¿Por qué has hecho eso? Eres cruel. Y menos mal que lo tenías todo controlado —empezó a lloriquear mientras nadaba con dificultad hacia la orilla.

Le tendí la mano para ayudarla a salir pero la rechazó. Al menos estaba aprendiendo.

—¡Y lo tenía! Pero no sé qué diantres pasó. Además te he salvado la vida —dramaticé un poco—. ¿O acaso hubieses preferido que te besara? ¿Es eso, verdad? —la provoqué, volviendo aterciopelada mi voz.

—¡Claro que no! —exclamó, roja como un tomate.

—Además hace calor, seguro que te secas rápidamente. Yo por el contrario estoy sudando, deberías estarme agradecida.

Rosalie decidió que no gastaría fuerzas en contestarme, aunque por la tensión con que sus manos retorcían su melena para escurrirla, sabía que lo hacía por la refinada educación que la habían inculcado desde el principio. Pobre Rosalie, no era más que una rosa blanca entre plantas venenosas; si no quería acabar mal, no le quedaba más remedio que comportarse como si la hubiesen envenenando. Tenía unas manos bonitas, seguro que resultaban muy suaves al tacto aunque se las notaba inexpertas e inseguras.

Léiriú I: La rebeliónWhere stories live. Discover now