Capítulo VI - Manzana envenenada

791 22 4
                                    

Parece ser que, de alguna forma, ya empezaba a acostumbrarme a viajar por el espacio y el tiempo, si es que se le podía llamar así... Ya no era una sensación tan desconocida para mí. Me desperté y lo primero que vi fue un cielo gris. El oxígeno entró por mis fosas nasales y me sentí algo incómodo. El aire estaba cargado de un desagradable olor a azufre. Una cortante brisa congeló mis mejillas, y noté como el frío comenzaría a calarme hasta los huesos si seguía quieto mucho más tiempo. Eso era extraño, pues yo me encontraba como siempre, tumbado en una cama. ¿Por qué entonces mi cuerpo estaba a tan baja temperatura? Entonces, distinguí unas manchas rojas en el suelo. ¡Un camino de sangre se abría ante mí! Al principio retrocedí algún paso, recordando las palabras del Conejo Blanco. Si era verdad que el peligro acechaba y que morir era una posibilidad en aquel lugar, debía tener los ojos muy pero que muy abiertos. Me armé de todo el valor que pude y me abrí paso entre aquel laberinto de piedra y restos.

Continué caminando durante bastante rato entre un mismo paisaje que no cambiaba en nada. Aunque, en realidad, ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado desde que llegué a aquel Sueño. Se me hacía tan interminable, como si llevase días ahí mismo, puesto que todo parecía tan real. El aire, los olores, las texturas, los colores... Incluso los sabores. Todo parecía palpable y muy verídico, tanto como lo es en nuestro Mundo. Lo único que les diferenciaba era que aquí todo lo que para nosotros era imposible se volvía posible: que los animales hablasen, que las cosas aparecieran y desaparecieran de la nada, que las estatuas se movieran, que los ojos tuviesen vida, que los gatos sonrieran...

Parecía todo tan degradado y, al mismo tiempo, tan maravilloso e increíble. Un lugar de nuevas posibilidades, de nuevas formas de vida...

—Si tan solo no fuese todo tan tétrico... —musité. Ciertamente, quien quiera que fuese aquel que controlaba ese «Gran Sueño», había creado, sin duda, un Mundo infinitamente fantástico y extraordinario. Pero entonces, ¿por qué lo había llenado de pesadillas horribles y recuerdos amargos? ¿Por qué tantos paisajes lúgubres y tristes? Cuando llegué a aquel Sueño, lo odiaba con toda mi alma, ya que temía no poder salir nunca de allí, ni yo ni mis compañeros. Comencé a odiarlo aún más cuando hizo que sus vidas comenzaran a peligrar, sometiendo a sus corazones a recordar la oscuridad y el miedo.

Sin embargo, también encontré y viví momentos en los que, por unos instantes, parecía que la pena y el dolor se hubiesen esfumado. Eran momentos que parecían tan reales... Tan reales porque se encontraban ya en mis recuerdos. Esos nuevos recuerdos que había formado no podían ser mentira. Me aferré a ese pensamiento y apresuré el paso. Si aquel era el último Mundo, la última «historia», no debía de estar lejos del final del Sueño.

Dejé a un lado mis reflexiones internas cuando aprecié a lo lejos que el camino llegaba a un lugar: una verja de metal oxidado. Corrí a atravesar aquellas lápidas cuando, de repente, vi dos siluetas sentadas en una mesa alargada. Estaban de espaldas a mí y no me habían visto. Me acerqué poco a poco y uno de los dos se volvió para mirarme. Como suponía, era Stella, con aquella fría mirada impasible y sin mostrarte expresión alguna. Pero, ¿quién era su acompañante? Me era muy familiar, pero no podía verle la cara. Caminé hacia ella y se levantó de la silla.

—Hola, Stella —vocalicé, sin saber muy bien qué decirla.

—Oh... Allen... —dijo con aquel tono tan suave y frágil de voz, como si acabara de darse cuenta de con quién hablaba. «"Por fin me llama Allen" pensé aliviado.» Entonces, la persona que estaba junto a ella se levantó de un brinco al oír mi nombre y me contempló. Sentí que el corazón se me detenía de nuevo. No podía con mi asombro. ¡Era el Profesor! ¡Al igual que cuando nos encontramos en la biblioteca en el Mundo de Joshua! No cabía duda, el Profesor era otro de los visitantes de aquel Sueño. Como dijo el Conejo Blanco: éramos seis.

Las pesadillas de AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora