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Cuando tenía ocho años, mis papás celebraban diez años de matrimonio. Mi mamá se encargó de organizar un pequeño viaje para ambos a modo de sorpresa durante el fin de semana más cercano al día en el que caía la fecha. Se irían desde el jueves en la mañana. La idea era que nosotras, mi hermana y yo, nos quedaríamos dos días con nuestros abuelos maternos y otros dos días con nuestra abuela y nuestro tío. No vimos cuando le contó a mi papá del plan, pero fue evidente que él estaba más que fascinado. 

Una noche mi papá nos admitió que él no había preparado nada en especial a parte de un regalo que contaba como un pequeño detalle y que por lo que había hablado con mi mamá, sabía que a ella, al igual que a él, le gustaría celebrar con la fecha con sus amigos más queridos. Nos pidió que lo ayudáramos a contactar con nuestros tíos de cariño.

En la mañana del aniversario llegaron temprano las rosas que mi papá había encargado para mi mamá. Nos había dejado escoger cómo queríamos el ramo. Nosotras habíamos pedido rosas de todos los colores posibles. Se supondría que mi hermana, que en ese entonces estaba por cumplir seis, inventaría alguna escusa y mantendría a mi mamá fuera de casa. Resultó encontrando la distracción perfecta porque ambas terminaron yendo a la clínica. Ese día descubrimos que era alérgica a grandes cantidades de maní. Fue mi abuela la que se dio cuenta y las tres partieron a la clínica.

Como estábamos convencidos de que no era nada verdaderamente grave, mi papá y yo nos pusimos manos a la obra. Él me encargó su celular para que empezara a hacer llamadas. Yo lo hice feliz de la vida. Me sentía responsable de una labor súper importante. 

Poco después sonó el timbre. Yo corrí a abrir. Al hacerlo, alcé la mirada para encontrarme con el rostro de una mujer muy guapa a quien recordaba vagamente.

-Hola, preciosa -me saludó con una sonrisa enternecida.

Yo ladeé la cabeza, curiosa. Cada vez recordaba un poco más. Imágenes de tardes jugando a las escondidas en el parque o juegos de mesa sentadas en el piso de la sala empezaron a aparecer en mi memoria, más no lograba atinar un nombre. Era una amiga de mi papá que, cuando éramos más chiquitas solía venir de visita con cierta frecuencia. Luego, como nos habían explicado, se había mudado. Hacía más de un año que no la veía.

-¡Barbie! -escuché a mi papá exclamar detrás de mi.

Al girarme lo vi acercarse sonriendo abiertamente y extendiendo sus brazos hacia la recién llegada. Ella me dio un rápido beso en la mejilla antes de apurarse en abrazar a mi papá.

-Sigues tan guapo como siempre -le dijo en broma -Val es una chica con suerte.

-Tú, mi estimada, estás mejor que nunca -contestó él.

Por fin logré terminar de hacer memoria y atiné al nombre. Adriana puso los ojos en blanco sin dejar de sonreír.

-Tu papá es un zalamero terrible -se dirigió a mi -¿Dónde está tu mamá? Muero por saludarla.

-Se fue con mi hermana a la clínica -le dije preguntándome qué significaría zalamero.

-¡¿Qué?! -exclamó ella.

-Nada grave -se apuró en aclarar mi papá -es más, acabo de hablar con ella y todo está perfectamente bajo control. Era una alergia.

Antes de que se dijera otra palabra, las puertas del ascensor se abrieron de nuevo y mi tío Hernán hizo su ruidosa entrada. Llevaba una botella en cada mano.

-¡Mi mejor champagne para celebrar con mi pareja favorita! -anunció con una sonrisa de oreja a oreja.

-¡Hey! -protestó mi tía Melanie que entró detrás de él.

The Real Good GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora