Operación Desembarco: 1ª parte

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La sola presencia de ese hombre la oprimía, dejándola sin aire. Lo que ella no sabía era que Adrián estaba usando su poder.

—Ah, no son estas manzanas las que quiero para saciar mi apetito.

—¿Entonces? —se aventuró, muy desconcertada.

Adrián clavó su pesada mirada en ella y sus labios se curvaron en una irresistible sonrisa taimada.

—Tú intentaste tentarme con una manzana, la fruta prohibida...

—Yo no he...

No pudo acabar la frase, porque Adrián había sellado sus labios con su dedo índice.

—...Pero yo tengo métodos más originales para tentarte —le susurró, al mismo tiempo que acariciaba su rostro.

¡Y qué caricia! La pobre vendedora que se llamaba Ileana, no pudo evitar estremecerse bajo ese tacto tan exquisito. De pronto comenzó a tener una visión que la ruborizó hasta la coronilla. Ella se encontraba en su cama, desnuda, y ese misterioso hombre estaba sobre ella, en su interior. De repente se sentía más húmeda que todo el río Tá Súil y a ella también le estaba entrando un hambre especial. Sin saber cómo había llegado a esta situación, Ileana pasó a encontrarse aferrada al cuerpo caliente de ese extraño hombre que se parecía a un actor famoso, el cual había saltado su modesto puesto para quedar frente a ella.

Él la rodeaba con sus fibrosos brazos, mientras que ella clavaba sus dedos en la nuca de él y movía sus caderas con urgencia y desconocida desesperación. ¿Estaba realmente haciendo el amor con un forastero en mitad de la calle? La ola de placer que estalló en su interior parecía indicar que así era, aunque ninguno de los transeúntes les mostraba la más mínima atención, pasaban por delante del puesto como si éste no existiera. Sin embargo, algo no iba bien. La estaban tomando como nunca en su vida y a la vez tenía el presentimiento de que algo iba terriblemente mal. Su fuerza vital se le escapaba por la boca, por su sudor, por cada poro de su erizada piel. No sabía cómo explicarlo, pero ese hombre se la estaba absorbiendo.

Cuando Adrián terminó de alimentarse, la soltó sin importarle que se desmayara. Quizás sobrevivía y se recuperaba, o no, eso no era asunto suyo. Él tan sólo como príncipe íncubo tenía que alimentarse así, no era algo que hubiese escogido por su propia voluntad.

Adrián volvió a colocarse la capucha y soltó unas últimas palabras para despedirse de Ileana:

—Adiós putita, que duermas bien.

ORILLA OESTE DEL TÁ SÚIL. PUERTO DE NÁCAR, 15 METROS MÁS A LA DERECHA. 11:52 AM.

 —¡Chocolate caliente! ¡Rico y sabroso chocolate caliente! ¿Quién quiere un poco? —Madelaine lucía entusiasmada su disfraz de vendedora, mientras se hacía pasar por una humana normal y corriente. Algunos se detenían a fijarse en los extraños prismáticos que colgaban de su cuello, pero tras una mirada aviesa regresaban a sus asuntos—. ¡Hola, pequeñín! ¿Quieres un vaso de chocolate caliente?

Un niño de aspecto desgarbado y nariz pecosa se quedó mirando a la excéntrica joven con los ojos acuosos y abiertos como platos. La humana era bastante bonita, pero su encanto quedaba algo apagado por lo descuidado de su apariencia. Su rostro era ovalado y de pómulos altos, con unos labios finos y rosados y ojos grandes y cálidos, pero su cabello castaño claro lo llevaba desaliñado y enmarañado. Tenía un talle bonito, a medio camino entre una mujer hecha y derecha y una joven que había dejado de ser niña, pero tenía en la piel restos de pólvora y arañazos, las uñas completamente descuidadas y algo sucias, y un deje de locura en su mirada que inspiraba desconfianza.

—No, mi mamá dice que no debo aceptar cosas de desconocidos...

—¡He dicho que te lo bebas! —Madelaine cogió el vaso y le hizo bebérselo a la fuerza—. Eso está mejor, que estás en crecimiento. Una moneda de cobre por mi sabroso chocolate mágico.

Léiriú I: La rebeliónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora