Capítulo 14

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La tormenta ya había amainado y el sol se dibujaba en el cielo, solemne, iluminando la habitación y mostrando los diferentes tonos de azul de las paredes. Fuera, las gotas aún se mantenían en las hojas, presas, dispuestas a liberarse en cualquier momento y deslizarse por el delicado tallo de las plantas hasta el suelo que le esperaba como una madre espera a su hijo. En la cocina se escuchaban el trajín de los empleados que realizaban sus tareas, pero en los dormitorios, el silencio era sepulcral.

Samuel se despertó cuando los rayos del sol entraron por el hueco de la ventana y se reflejaron en su cara. Se le habían pegado las sábanas, era la primera vez desde hace mucho que dormía de un tirón, bueno sí, había otra vez, pero había sido con Christine. Eso le hizo recordar los acontecimientos de la noche pasada, aún le dolía el golpe en la cabeza y la visión de su madre lo había dejado perplejo, aunque quizás todo fuera producto de su subconsciente. Al menos le había servido para volver en sí y poder llegar a su lado. Al mirarla se dio cuenta de todo lo que sentía por aquella mujer, había movido cielo y tierra para llegar a su lado y poder consolarla y no le importaba. Para él, ella se había convertido en lo más importante, en su cabeza, no existía un futuro en el que ella no estuviera, pero para eso tendría que abrir su corazón y que el demonio se lo llevara, estaba dispuesto a hacerlo. Lafitte le había abierto los ojos, tenía que arriesgarse sino quería perderla. Samuel se quedó mirando a la mujer que dormía a su lado ajena a todo, serena, tranquila. Era un placer verla dormir, hacía esos particulares bufidos de lo más graciosos que le divertían. Quería grabar su cuerpo a fuego en su memoria, sus ojos ahora cerrados, mostrando unas estiladas pestañas, su nariz pequeña, su boca sensual, sus hombros relajados tapados ligeramente por su negro pelo que descansaba libre en la almohada, sus senos firmes, su estómago, sus piernas estilizadas y sus pies pequeños. Toda ella era un mapa que tenía que descubrir para llegar al tesoro, su corazón. Volvió a acariciar cada parte de su piel, recordando las sensaciones que le provocaba, se paró en su cintura y posó su palma en el pequeño abultamiento que se había formado en su estómago. Una, solo una certera patada y el mundo se le vino encima. Se quedó helado, frío. Salió de la cama siguiendo movimientos mecánicos, sin hacer ruido para no despertarla, cogió la ropa que estaba esparcida por el suelo, se vistió lentamente, aún boquiabierto, bajó las escaleras, donde estaba Robert y Sara que salían de la cocina, riendo y besándose como dos par de enamorados.

- Samuel, tenemos que hablar contigo.

- Vamos a casarnos - interrumpió Sara a su futuro marido.

Él miró a la pareja, volviendo a la tierra, parecía que su amigo había resuelto sus problemas, debería sentirse contento por él, y lo estaba, pero también sentía envidia. ¿Por qué no podía él tener algo así con Christine? Porque era una manipuladora que lo había engañado, no había otra respuesta se dijo apretando los dientes.

Robert y Sara que estaban esperando alguna palabra de su parte se quedaron sorprendidos de la mirada asesina que desprendía Samuel.

- Me alegro - dijo entre dientes, como si escupiera las palabras. Luego se dio la vuelta y los dejó allí, plantados mientras se encerraba en su despacho. Tenía que pensar con sangre fría.

Robert no entendía que le pasaba a su amigo, pero no estaba dispuesto a empañar su felicidad. Tenía una boda que celebrar.

***

Christine abrió los ojos despacio, por miedo a creer que todo había sido un sueño, un maravilloso sueño. Samuel no estaba, pero su olor aún se mantenía en las sábanas. Su cuerpo aún recordaba su roce, sus besos, sus caricias, todas las sensaciones que la hacían vibrar y sentirse viva. Sentada en la cama, se tocó el vientre, hacía unos días que había empezado a moverse y ya podía sentirlo, su pequeño bebé ya daba señales de estar en el mundo. En esos momentos estaba en una nube y solo pensaba en cómo decírselo a Samuel. Tenía que hacerlo pronto, todavía no había notado el crecimiento de su barriga, pero no tardaría en hacerlo y sería mejor que fuera ella la que se lo contara. Con esa idea en mente, se vistió y bajó las escaleras. Samuel no estaba en el comedor, allí solo estaba Ben que devoraba todo lo que había en su plato. El niño le sonrió y le invitó, casi le exigió, que se sentara con él y Christine no pudo negarse, además necesitaba fuerzas para lo que tenía que enfrentar. Cuando acabara de comer, iría a hablar con Samuel o eso tenía pensado porque de la nada entró un huracán con buenas noticias. Sara la abrazó hasta el punto de no dejarla respirar y no paraba de darle las gracias. Christine no entendía nada y miró a Ben que se reía de la situación.

Un mar revuelto (En Corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora