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Los trenes pasaban cada vez más rápido,
como augurando lo inevitable.

Me gustaba.
Me gustaba cuando me pedía que le prendiera los cigarrillos,
me gustaba cuando se amarraba el cabello en un peinado improvisado para evitar el calor.
Me gustaba cuando jugábamos guerra de pulgares
y cómo me reclamaba por haber ganado;
me gustaba dejarla ganar.
Me gustaba cuando me sorprendía en la estación llegando tarde a donde quedamos
y me abrazaba desde atrás;
me gustaba cómo mi ropa le quedaba.
Me gustaba cómo se vestía
y cómo se desvestía.
Me gustaba abrazarla en la mañana y ver cómo sonreía con los ojos cerrados.
Me gustaba cómo bailaba cuando escuchaba sus canciones favoritas
y cómo me invitaba a bailar sin usas palabras.
Me gustaba besarla hasta que nos quedáramos sin aire.

La amé. La amo.
Amaba cómo se veía su cabello al viento,
al sol,
cuando llovía y
cómo la nieve parecía adornarla.
Amaba sus gestos,
cómo jugueteaba con esa cadena que siempre llevaba cuando estaba nerviosa,
cómo se mordía el labio involuntariamente cuando estaba ansiosa.
Amaba cómo sonreía, se sonrojaba y se tapaba la cara con las manos cuando le decía que se quedara, que no se fuera nunca.
Amaba que metiera sus manos bajo mi camisa cuando tenía frío.
Amaba cómo se reía de mí cuando su frío chocaba con mi calor.
Y ahora estás tan fría, Ki, tan fría...

La amé como nunca había amado a nadie,
porque no entendía bien el concepto de amar:
era algo de humanos.
Pero vaya, hay monstruos como yo que amamos como ningún humano podría.

Tren perdidoWhere stories live. Discover now