Se me quedó mirando con el gesto desvaído, como el que pudiera tener un condenado a muerte que sabe que su final está muy cerca.
—Esto es una locura —refunfuñó, agachándose a la vez para coger las drizas. Yo me sonreí. Al poco estimé que la falda y el corpiño llegarían a molestarme mucho una vez cayésemos al agua, de modo que terminé quedándome en enaguas y camisa. Sophie, aun a regañadientes, me imitó.
—¿Adónde crees que pueden ir ahora? —me preguntó, mientras veía cómo yo cortaba las drizas al tamaño que necesitaba.
—No tengo ni la más remota idea.
El plan era descabellado, y eso lo admití desde el principio. Aun así, era el único del que disponíamos. ¿Qué podíamos hacer, salvo eso? ¿Esperar en el Gallardo a que el fuego y el agua terminasen con nuestras vidas?
El barco pirata ya se marchaba rumbo suroeste. No teníamos mucho más tiempo.
—Sophie, escúchame —le pedí a mi asustada amiga—. Cuando saltemos al agua, procura nadar hacia la quilla del barco, ¿de acuerdo? Las orzas estarán a los lados de la quilla; si encuentras una, intenta atarte a ella—. Le rodeé la cintura con una de las drizas que había preparado y le hice un nudo en el vientre—. Yo haré lo mismo.
A pesar del miedo, eso hicimos. Sin que ningún pirata lograse vernos, saltamos por la borda y nadamos hacia la quilla. Ambas encontramos la misma orza y, con las cuerdas que llevábamos atadas a la cintura, nos asimos a ella. El empuje del mar era muy fuerte, y quizá nuestras fuerzas flaqueasen antes de llegar a puerto alguno. El único consuelo que teníamos era saber que ya estaba anocheciendo, y con la caída de la noche la marcha del barco menguaría.
ESTÁS LEYENDO
Un recuerdo del mar
Short StoryUn viaje por el Atlántico, que es más una huida, se trunca de improviso cuando un barco pirata aborda a nuestras protagonistas, Wilmot Hobbes y Sophie Barnett, en marzo de 1676.