Parte 7

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Se me quedó mirando con el gesto desvaído, como el que pudiera tener un condenado a muerte que sabe que su final está muy cerca.

—Esto es una locura —refunfuñó, agachándose a la vez para coger las drizas. Yo me sonreí. Al poco estimé que la falda y el corpiño llegarían a molestarme mucho una vez cayésemos al agua, de modo que terminé quedándome en enaguas y camisa. Sophie, aun a regañadientes, me imitó.

—¿Adónde crees que pueden ir ahora? —me preguntó, mientras veía cómo yo cortaba las drizas al tamaño que necesitaba.

—No tengo ni la más remota idea.

El plan era descabellado, y eso lo admití desde el principio. Aun así, era el único del que disponíamos. ¿Qué podíamos hacer, salvo eso? ¿Esperar en el Gallardo a que el fuego y el agua terminasen con nuestras vidas?

El barco pirata ya se marchaba rumbo suroeste. No teníamos mucho más tiempo.

—Sophie, escúchame —le pedí a mi asustada amiga—. Cuando saltemos al agua, procura nadar hacia la quilla del barco, ¿de acuerdo? Las orzas estarán a los lados de la quilla; si encuentras una, intenta atarte a ella—. Le rodeé la cintura con una de las drizas que había preparado y le hice un nudo en el vientre—. Yo haré lo mismo.

A pesar del miedo, eso hicimos. Sin que ningún pirata lograse vernos, saltamos por la borda y nadamos hacia la quilla. Ambas encontramos la misma orza y, con las cuerdas que llevábamos atadas a la cintura, nos asimos a ella. El empuje del mar era muy fuerte, y quizá nuestras fuerzas flaqueasen antes de llegar a puerto alguno. El único consuelo que teníamos era saber que ya estaba anocheciendo, y con la caída de la noche la marcha del barco menguaría. 

Un recuerdo del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora