3: Fiesta

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La fiesta era ruidosa, olorosa, simplemente agobiante, pero nada de eso parecía importarles a Bianca y Valeria, que se veían con una mirada emocionada mientras no dejaban de sostener sus manos.

—Dios, quiero besarte —le dijo Bianca y Valeria se rió de forma tímida, yo por lo mientras, me aseguraba que no hubiera nadie que les prestara demasiado atención y podría acusarlas—. Pero es peligroso.

—Ya lo sé —se quejó Valeria haciendo un puchero y abrazó a Bianca—. Pero eso no significa que te extrañe.

Bianca abrazó a Valeria, con la misma ternura y calidez que las había visto abrazarse por años. Mentiría si dijera que nunca sentí envidia por lo que ambas sentían por la otra, su vínculo, su amor mutuo.

—Hola Andrea —me saludó Steven con una sonrisa mientras sostenía un vaso desechable—. No creí que vendrías.

—Valeria me convenció —comenté señalando hacia mis dos amigas, las cuales ya estaban separadas y miran a mi vecino con intriga.

Steven nunca fue de la gracia de mis dos amigas, Valeria lo creía un firme aliado de su madre y Bianca creía que Steven sólo se acercaba a coquetear con Valeria, lo cual la hacía enfurecer. Después de todo, durante todos estos años, Steven siempre ha estado ahí, queriendo jugar con nosotras, acercándose a saludar de forma amable. Siempre fue lo suficiente tonto como para no notar los verdaderos de mis amigas.

—Ah —dijo Steven asintiendo un tanto incómodo hacia la mirada de desprecio que le dedicaba Bianca—. Bueno, traje mi auto por si necesitan un aventón a casa. No beberé de cualquier manera.

—Gracias Steven —le respondí abrazando mis brazos y apretando los labios.

Steven me miró de una forma que nunca lo había visto. Su mirada era más sombría de lo que alguna vez había visto, se veía terriblemente cansado y apretaba su vaso con fuerza.

—Ya tienen mi número —dijo Steven soltando un suspiro y hace una señal vaga de despedida—. Nos vemos luego.

Steven se va, tan pronto como llegó, dejando una sensación extraña en mí. En esos momentos no lo sabía, pero algo terrible iba a pasar y Steven sería clave para los sucesos que esa noche iba a desencadenar y todo inició con un vaso de plástico.

Un vaso de plástico que se veía inocente, unos chicos se lo ofrecían a Valeria, la cual sonreía falsamente y fingía ser halagada por los cumplidos. Se veía hermosa en esa falda de color negra que le llegaba a las rodillas, en ese suéter negro ceñido que hacía relucir su pequeña cruz que siempre cargaba. Su cabello pelirrojo brillaba entre tanta oscuridad como un foco entre los demás, en cambio, Bianca, parecía perderse entre todo el fondo, entre las luces, el ruido, la gente.

Bianca estaba junto a mí, mientras bebía de su vaso con aburrimiento, alguien le trataba de hablar pero ella dirigía una cara de pocos amigos. Lo que hacía que todos se alejaran, todos menos yo, pero no me sentía con ánimos de conversar, las fiestas se sentían tan ajenas a mí incluso en ese entonces. Me reía de las payasadas que mis conocidos hacían alrededor mío y trataba de participar en las conversaciones distintas que se formaban alrededor mío. Bebía shots, como cualquier adolescente en mi posición, me reía por más vacío que mi interior se sintiera.

Tal vez, pensándolo fríamente, esa fue la última ocasión en la que me he reído.

Las horas pasaban en la fiesta, Bianca y Valeria desaparecían por ratos pero nada parecía nada fuera de lo usual. No hasta que fui a formarme al baño y pude ver desde la ventana como Bianca estaba sentada en el patio de mal humor, sin Valeria. Voltee a todos lados y no encontré a la pelirroja, ni siquiera en la fila del baño.

No fue hasta que ví a Steven subir por las escaleras con una mirada sombría en su rostro que presenti algo terrible, pero no podía saber que era. Salí al patio, en un intento de calmar mi paranoia, solo para encontrarme con Bianca arrancando pasto del piso.

—¿Dónde está Valeria? —pregunté tratando de sonar casual y solo la oí bufar.

—Está muy ebria —me respondió de mal humor—. Debe estar vomitando en el baño.

—Yo vengo de ahí y no estaba —comenté cruzando mis brazos, hasta donde supe, Valeria tenía buena resistencia al alcohol y no había bebido tanto—. ¿La dejaste ir sola?

—No soy su madre —replicó Bianca irritada poniéndose de pie.

—Si no deseabas acompañarla, ¿por qué no me buscaron para que yo lo hiciese? —pregunté con una mano en mi pecho y Bianca me miró furiosa por mi actitud.

—Por Dios, Andrea. —La frase de Bianca se quedó a medias después del sonido firme de vidrios rotos proveniente de una habitación de arriba, la gente cayó la música y todos parecían aullar emocionados por una pelea ocurriendo dentro de la casa.

—Andy, ¡Steven se está peleando arriba! —me llamó Lidia, una chica que iba en nuestro curso, asomándose por la puerta trasera—. Rompió la puerta y está agarrándose a golpes con varios chicos.

—¿Qué? —pregunté confundida mientras corría dentro de la casa con Bianca detrás de mí.

“Steven no era violento” me repetía sin cesar mientras me abría paso entre la gente chismosa. Antes que pudiera llegar hasta la habitación donde todo parecía suceder, unos chicos corrieron pasando a todos de largo mientras sostenían sus quijadas o narices.

—¿Esa no es Valeria? —escuché que alguien preguntó y mi sangre heló.

Una vez que logré llegar a la entrada de la puerta ví algo que nos marcaría a los cuatro de formas que no sabría que podían hacerlo. En esa habitación, mis dos amigas de la infancia, mi vecino de toda la vida y yo encontramos la entrada al infierno, un infierno del que jamás saldremos.

Querida Valeria Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ