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Y continuó cayendo.

Como si el suelo debajo de su cuerpo la tragara. No había nada a lo qué sujetarse. Todo era un cúmulo gris que le humedeció la ropa como el agua residual atrapada en las nubes.

Kass se cubrió el rostro con los brazos cuando su velocidad aumentó. El suelo estaba mucho más cerca de lo que imaginó. El cuerpo de Kass se quejó con el impacto, sus dientes chocaron con tal fuerza que la chica creyó romperse un par de ellos. Permaneció quieta, esperando a que sus músculos dejaran de temblar, temerosa de la cantidad de huesos rotos que tendría. Kass esperó a que el dolor se disipara, si es que eso era posible.

Le tomó un momento darse cuenta de que podía moverse, de forma vacilante, pero podía hacerlo. Se incorporó sobre sus manos y rodillas, jadeando mientras superaba el golpe y el miedo. No entendía dónde se encontraba o cómo había llegado ahí. No sabía si el suelo volvería a abrirse bajo ella, por esa razón pasó tanto tiempo observándolo, temiendo que caería de nuevo si daba un solo paso. Comenzaron a aparecer ruidos a su alrededor: pasos de personas, risas contenidas, puertas abriéndose para cerrarse de golpe. Podía ser la cacofonía procedente de cualquier lugar del mundo, ella podría ignorarlo, pero entonces el rechinido de una puerta al abrirse llamó su atención.

Una parte de ella pensaba que estaba equivocada, después de todo, habían pasado años desde la última vez que escuchó aquella puerta abrirse. Permaneció atenta, sin importarle el grito desesperado que invadió su cabeza, el cual vociferaba que lo mejor era permanecer quieta hasta que todo terminara, que el involucrase era una tontería. Kass estaba comenzando a tomarla en serio, a prestarle la atención que demandaba, pero entonces un par de pies pequeñitos pasaron frente a ella. Una niña cruzaba la calle.

Podría ser cualquier niña, haciendo cualquier cosa, pero Kass repitió los acontecimientos en su mente. La niña cruzaría la calle hasta alcanzar el deslizador estacionado del otro lado de la acera, usaría todas sus fuerzas para encamararse a la zona de carga y se metería bajo la lona para que sus padres no la viesen. La puerta volvería a abrirse, soltando aquel rechinido infernal que la mujer de cabello rizado pidió a su esposo una y otra vez que arreglara. El hombre, alto y de cabello castaño oscuro, soltaría una risa y prometería hacerlo después. Ninguno de los dos notó que la niña dejó la casa. Las botas del hombre pasaron frente al campo de visión de Kass, eran negras y dejaban ver parte de la pernera del traje verde de los merodeadores. Lo escuchó avanzar hasta el deslizador, el vehículo arrancó y comenzó a alejarse por la calle. Kass comenzó a contar en su mente.

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Cinco...

La puerta de la casa se abrió una vez más y la mujer corrió hasta la calle, deteniéndose frente a Kass. Si su madre se hubiera percatado que ella no estaba en la casa antes de esos cinco segundos, hubiera alcanzado el levitador y pedirle a su padre que lo revisara. Había sido pura suerte, eso era todo. Kass se dijo a sí misma que estaba imaginando cosas, que nada de eso podía estar pasando, seguramente todo ocurría en su cabeza, pero le parecía imposible recordar aquel día con tanta claridad. Había detalles que le llenaban la mente con facilidad, pero eran eso, detalles.

Podía recordar los tenis que usaba aquel día porque eran sus favoritos y se había negado a quitárselos en un largo tiempo, podía recordar cómo lucían sus padres de espalda o a la distancia, lo que vestían esa tarde, al menos hasta la altura de las rodillas, que era el punto al que llegaban sus ojos a los cinco años. Sabía que después de eso su madre debía entrar a la casa, intentaría contactar a la unidad de su padre, mandarían a equipo a buscarla. Sabía todo porque se lo habían contado, pero no tenía un recuerdo real sobre lo que ocurría una vez que ella se alejaba en el levitador con su padre.

Demons - EditadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora