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A Kass le habría gustado decir que los días siguientes fueron mucho más sencillos, que las horas largas de sol y la novedad de todo a su alrededor bastaban para que su corazón se abriera y su mente se tranquilizara; pero no fue así.

Todo la desconcertaba y los días de sol le resultaban tan extraños que en más de una ocasión se preguntó si no habría caído en un coma por el estrés al que sometió a su cuerpo, o si tal vez estaba muerta. Dreamers era más que un sueño idílico sacado de una fotografía vieja, con sus colinas verdes, cielos azules y flores de todos colores, incluidas algunas tonalidades de rosa y amarillo que Kass ni siquiera sabía que existían. Era una casa de locos.

Lo supo desde la primera mañana que pasó ahí. Después de abrir las cortinas de su habitación nueva, situada en el segundo piso de la casa, pudo ver pasar a un niño flotando frente a su ventana. No volaba, el volar significaba libertar y requería control, aquel chiquillo no poseía nada de eso. Pasó riendo mientras giraba sobre sí mismo hasta quedar de cabeza. Kass abrió su ventana con cuidado al notar un cordón que estaba atado al tobillo del niño, asomó la cabeza mientras él se deslizaba perezosamente con la brisa, al mirar hacia abajo pudo notar que una niña sostenía el otro extremo de la cinta, saludó animadamente a Kass con un gesto de la mano antes de gritar.

—¡Es para que no vaya muy lejos! —después le dedicó un pulgar arriba indicando que todo estaba bajo control.

Dreamers no tenía límites ni reglas, las personas que habitaban en aquel lugar podían hacer, al menos con sus poderes, casi todo lo que deseaban. Existía un acuerdo no hablado sobre no lastimar a los otros y la única regla que parecía estar vigente era básica: debías aprender a manejar tus habilidades si querías usarlas. En los días que llevaba ahí mirar a un niño flotando frente a su ventana había sido lo menos interesante. Kass había visto a alguien caminando sobre la superficie del lago para escapar de una conversación que deseaba tener, otro haciendo aparecer copias exactas de sí mismos para completar un equipo de fútbol, alguien animando objetos que no debían moverse solo para no tener que cargarlos hasta el otro extremo de la habitación.

Gracias a eso existía una especie de club de artes marciales al que podías inscribirte. Las personas mayores se encargaban de enseñar a los demás. Servían para explorar límites y aprender ideas creativas sobre cómo usarlos para aportar algo a la casa. Si bien uno podía permanecer en Dreamers el tiempo que deseara, todos, incluyendo a Kass, tenían que ayudar a mantener la casa andando. Por eso las personas que ingresaban corrían a conocer a quienes fungían como entrenadores.

Había dos cosas básicas que aprender: la primera era defenderte, porque podías necesitarlo en algún momento y debías saber qué hacer. La segunda era la aplicación doméstica de tus habilidades, como la importancia del control térmico a la hora de preparar la cena o el uso de la telequinesis para recolectar las cosechas.

Ella entendía que comenzar a entrenarse, tenía sentido hasta cierto punto y era mucho mejor que quedarse sentada en su habitación garabateando. Aun así, Kass pasó los dos días siguientes a su llegada dibujando en su habitación. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, no podía planear una nueva vida cuando la anterior estaba inconclusa, había tantos cabos sueltos y tantas preguntas, tanto de su hogar y familia... Le parecía un poco extraño que las demás personas aceptaran sin más el cambio, que no tuvieran problemas o remordimientos por dejar todo atrás, Kass entendía que no todos contaban con familias cariñosas u hogares estables, pero aun así...

—Tuviste mucha suerte ¿sabes? —comentó Joon desde el otro lado de la pileta de lavado.

Aquella tarde les habían asignado una de las cargas de ropa y aunque la casa contaba con electricidad, proporcionada por el campo de molinos eólicos que se encontraban detrás de una de las colinas, no tenían el equipo necesario para juntar grandes cantidades de ropa sucia, por lo que se asignaba a un par de personas que se encargaban de lavar la tanda de ese día. En esa ocasión les había tocado a ellas. Kass levantó la vista del par de calcetines que estaba remendando para ver a la chica, quien había vuelto a tomar la apariencia de un hombre gigante que arremetía contra las manchas de pasto de un montón de vaqueros con todo el poder de sus músculos; por alguna razón había decidido mantener su voz suave, lo que lo volvía todo más raro. Kass contuvo una risa.

Demons - EditadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora