Sin avisar

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»Aquel imbécil había hecho su aparición justo en el momento en que atravesaba una de las mayores crisis existenciales de toda mi adolescencia. Se los juro, estaba tan desmoralizada que en lugar de contestarle con alguna de mis ingeniosas frases o dirigirle una mirada asesina, me limité a encogerme de hombros y dar un largo suspiro.

—Entonces, ¿qué paso con el tal Alberto? —Insistió mi (no deseado) acompañante—. ¿Se dio cuenta de que no podía hacerle photoshop a tu cara y que la pinta de carajita no se te quitaba ni volviendo a nacer?

—Créeme, Santiago: tú siempre eres inoportuno —le dije con voz cansada—, pero hoy te has lucido. De pana y todo no tengo ganas de hablar de ello.

Él alzó una ceja en respuesta y negó con la cabeza. No se movió de su posición. ¿Qué demonios hacía todavía allí? Creo que ni por un momento hubo lugar a la más mínima duda de que su presencia no era bien recibida; pero como lo veía bastante renuente a dejar de joder, decidí ignorarlo luego de los primeros minutos y volví a hundir mi rostro entre mis manos. Qué desgracia tan grande, qué desgracia tan grande...

—Bueno, ya deja la lloradera y párate, Klaudia. —Su molesta voz hizo que saliera de mi ensimismamiento y me diera cuenta de que se había puesto de pie y me observaba desde arriba—. ¿O prefieres quedarte allí toda la noche? Nunca pensé que te rindieras tan fácil. Con lo intensa que te pones siempre en el colegio, es toda una sorpresa...

—Ay, dios mío, ¡deja la ladilla! —exclamé, incorporándome casi de un salto—. ¿No ves que estoy sufriendo? ¿Qué coño quieres de mí? Ajá, me rebotaron, me quedé afuera del bar y no tengo ni plata para un taxi. Es toda una desgracia y si yo me cayera tan mal como te caigo a ti también me burlaría, pero, ¿es mucho pedir que te vayas a otro lado a hacerlo?

—No me caes tan mal. —Una media sonrisa curvó los labios de Santiago—. Ahora, deja la pendejada, no me estoy burlando de ti. El local es de mi primo y yo paso con quien quiera, ¿vas a venir o no?

Bueno, eso sí me dejó patidifusa. Impresionada. Como para caerme de culo. Asentí como pude con la cara de idiota que tenía plantada y él soltó una carcajada en respuesta. Lo seguí hasta la puerta, donde intercambió unas palabras con el guardia y luego me hizo señas para que me colocara a su lado. Aquel gordo desgraciado que me había dejado por fuera esta vez sólo se limitó a dirigirme un movimiento de cabeza y a colocarme un brazalete de color rosado chillón.

Entonces, estaba dentro del «Bootty Bar». Sin mostrar las tetas, sin identificaciones falsas, sin sobornar a la autoridad... y con Santiago. Eso tenía que ser una mala idea. Quizá hubiese estado a tiempo de echarme para atrás, quizá todavía no me habían quitado mi puestito de pseudo-recoge-latas en la acera. Pero como yo soy bien necia, ignoré las advertencias que mi cerebro intentaba mandarme. Al carajo. Todo fuese por Caramelos de Cianuro. 

Klaudia con KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora