Capitulo I. Descontrolada

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Maya pedaleó con todas sus fuerzas. Las gotas de sudor perlaban su frente. Intentaba seguir el ritmo de la música que sonaba, mas la sentía muy lejana. Todavía gozaba de mucha potencia en las piernas, no notaba pesadez; más bien al contrario, las sentía ligeras. Y, para colmo, no podía añadir más resistencia a la bicicleta de spinning y eso que Dani la había trucado especialmente para ella.

«Venga, pequeña, concéntrate. Sigue el ritmo, siente la música. Vamos, intenta relajarte».

Dani no le seguía apenas el ritmo. Llevaban más de dos horas sentados sobre aquel incómodo sillín y no conseguía calmarse. No había forma. Por el rabillo del ojo pilló a algunos curiosos observando su frenética carrera. Sentía cómo se movía cada uno de los músculos mientras daba vigorosas pedaladas. Los brazos en tensión agarraban con fuerza el manillar. Temía cargárselo en cualquier momento.

«Lo estoy intentando, créeme que lo intento. No me fastidies, por favor; relájate».

Maya hacía verdaderos esfuerzos por concentrarse en la música e interiorizarla, necesitaba hacerla suya para desconectar. Veía cómo los poderosos músculos del cuerpo de su amigo se movían al son de Rihanna. Para ser un ángel era un tanto extraño: los brazos estaban tatuados y el pelo, rapado; algo que no estaba bien visto por los de su misma especie. Por lo general, solían estar muy orgullosos de las largas y espesas melenas, y de la piel libre de decoraciones. Otra característica atípica que no era aceptada entre sus iguales era que fuese amigo de un demonio.

Cogió la toalla con la mano izquierda y se secó el sudor de la frente y el cuello. Después bebió un poco de agua fresca de la botella y siguió moviendo los pies al ritmo: un, dos, un, dos.

Una respiración fuerte seguida de un golpe seco desvió su atención. Sintió cómo las pesas de veinticinco kilos rebotaban con violencia en la sala de musculación. Percibió hasta el jadeo del bombero que trataba de recobrar el aliento. Intentaba no desconcentrarse y, al momento, otro sonido procedente de otra máquina volvía a introducirse en su agudo oído: el suave y rítmico movimiento de la cinta de correr. El paso del policía que la estaba usando causaba que el enojo fuera en aumento. ¿Es que no iban a parar?

—¡No puedo! —exclamó—. Voy a intentarlo con los abdominales.

Se bajó de un salto y los pedales siguieron dando vueltas solos durante un buen rato. Las imágenes le venían como flashes. Recordaba, como si hubiese sido ayer, la primera vez que se convirtió...

«No, ese recuerdo no. Y menos ahora...».

Dani le sujetó con fuerza los tobillos.

—Vamos, nena. Cálmate o tendrás que salir al descampado.

Cuando iba al gimnasio a altas horas de la madrugada, más de uno le advirtió que no debía bajar sola y menos siendo tan bonita. Lo tomó como un cumplido. Lo que no sabían esos inocentes, a los que habría hecho arder en cuestión de segundos, —antes de que tan siquiera hubiesen podido mover un dedo—, era que los mortales no representaban un peligro para ella: era ella la amenaza.

Se elevaba y descendía con los brazos detrás de la cabeza para realizar laterales y dorsales. Subió más deprisa, variando la posición del cuerpo. Su respiración comenzaba a agitarse por momentos. Llevaba quinientos hechos y nada. De nuevo, los sudores y un calor espantoso.

Varias lágrimas de impotencia comenzaron a escurrirle por la cara. De todos los seres del cielo había nacido demonio y no uno cualquiera, sino de la raza más peligrosa: la de los Innombrables. Hasta ahí todo podía tener un pase si no fuese porque su madre era un ángel. ¿Cómo, de un ángel sanador, había podido salir un demonio? Su madre era la belleza y la bondad personificadas. Era una broma pesada del cielo, una marca de nacimiento para toda la vida. Un estigma que arrastraría no solo ella, sino también su madre.

Mi Dulce Infierno (P1) (DE VENTA EN AMAZON)Where stories live. Discover now